Luca Ferrari
Introducción
El concepto de Crecimiento Verde se desarrolla a partir de la conferencia de las Naciones Unidas de Río de Janeiro en 2012, donde se establecen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Desde entonces, el Crecimiento Verde ha sido promovido por organizaciones internacionales y gobiernos occidentales como la respuesta a la crisis climática y al mismo tiempo, alcanzar los ODS. La idea subyacente es que el incremento del Producto Interior Bruto (PIB) puede ser compatible con la ecología del planeta. En la práctica, el Crecimiento Verde supone que es posible un desacoplamiento absoluto entre el PIB y las emisiones de GEI y el uso de recursos materiales y que además, esto puede ocurrir a un ritmo suficientemente rápido para prevenir un cambio climático desastroso y otras catástrofes ecológicas.
Aunque existen diferencias en la definición del Crecimiento Verde, los mecanismos que se proponen para alcanzarlo son los mismos: mejoras e innovaciones tecnológicas para incrementar la eficiencia, sustitución de combustibles fósiles por fuentes renovables y diferentes tecnologías de emisiones negativas, junto con un sistema de regulaciones e incentivos para acelerar todo lo anterior. El Crecimiento Verde se ha vuelto popular en buena parte de los partidos políticos e incluso algunas corporaciones, porque no requiere revisar el paradigma económico dominante. Sin embargo, las suposiciones en las que se basa no resisten un examen empírico ni un análisis físico de la estructura de la civilización industrial. En realidad, la búsqueda de soluciones tecnológicas se relaciona con la esperanza de que estas permitan continuar con el estilo de vida consumista de una parte de la población sin cargar con la devastación del planeta y el cambio climático. Pero, en la medida que el Crecimiento Verde prevé continuar con el sistema extractivista, estas amenazas seguirán creciendo.
La quimera del desacoplamiento y desmaterialización de la economía
No hay evidencia empírica de la posibilidad de un desacoplamiento (separación) absoluto entre el PIB, el uso de materiales, de energía y las emisiones1 -si el PIB crece, las emisiones aumentan y el uso de materiales y energía también, si se reduce el PIB, lo mismo sucede con las otras dos variables. La teoría del desacoplamiento ha sido defendida con el argumento de que, en la última década, los países del norte global han experimentado una cierta reducción de recursos materiales y energéticos por unidad de producto económico. Sin embargo, a nivel global no ha habido reducción en las emisiones, salvo temporalmente durante periodos de disminución de la actividad económica, ya sea por recesiones o la pandemia. El desacoplamiento observado en los países desarrollados se debe a la transferencia de sus industrias pesadas -con alta intensidad energética- a China, India y otros países del sur global que ahora cargan con las emisiones asociadas.2 Por otro lado, si una economía crece más rápidamente que las ganancias de eficiencia que puede lograr, puede haber un desacoplamiento relativo, pero no un desacoplamiento absoluto, que es necesario para conseguir una disminución de las emisiones.
Los límites materiales y ambientales de la infraestructura renovable
En Alemania, que en 2020 logró generar 43% de su electricidad con fuentes renovables, no ha habido desacoplamiento absoluto entre crecimiento económico y emisiones, debido a que la fluctuación de la generación solar y eólica se compensa con gas y carbón, cuyo consumo no ha disminuido. El caso de Alemania es representativo del mundo “sobredesarrollado” y muestra que el despliegue de energía renovable a gran escala pregonado por el Crecimiento Verde no contribuye a reducir el uso de energía y materiales y mantiene el sistema económico del capitalismo global. La civilización industrial se ha construido sobre petróleo, gas y carbón que son fuentes finitas, pero concentradas y controlables, es decir, pueden generar energía cuando se necesita.
Otras fuentes y tecnologías como hidroeléctricas y geotermia, aunque menos concentradas, también son fuentes controlables, por esta razón se han explotado desde hace más de un siglo. Actualmente son fuentes maduras, con potencial de crecimiento limitado, dado que los mejores sitios ya han sido encontrados y explotados. La energía eólica y sobre todo la solar son más ubicuas, pero intermitentes, no controlables y menos aún, concentradas. En consecuencia, su infraestructura de aprovechamiento necesita cantidades de materiales considerablemente mayores que los combustibles fósiles y requieren también de grandes áreas. La extracción minera y el uso del suelo generan crecientemente conflictos con las comunidades locales en todo el mundo, especialmente en el Sur global. Por otro lado, la infraestructura de aprovechamiento de las fuentes renovables necesita de combustibles fósiles para su construcción: carbón para la producción de acero y cemento; diésel para la minería de elementos como cobre, aluminio, cadmio, plata, oro, cobalto litio y manganeso; además de todos los derivados del petróleo como plásticos, resinas y lubricantes.
Es aquí donde los límites materiales se suman a los límites ambientales. Un monumental estudio del Servicio Geológico de Finlandia3 indica que es materialmente imposible hacer funcionar el sistema energético actual solo con fuentes renovables. Muchas de las soluciones discutidas comúnmente en la literatura podrían funcionar a una escala pequeña, pero no pueden funcionar cuando se extienden al sistema global, por la escasez de minerales críticos, la capacidad limitada de fabricación y el tiempo necesario para desplegar la producción.
Las inviabilidad de las soluciones tecnológicas de emisiones negativas
Uno de los puntos clave del Crecimiento Verde es el despliegue de las llamadas “tecnologías de emisiones negativas” para reducir drásticamente la cantidad de CO2. Aunque difieren en detalle, todas ellas buscan frenar el cambio climático capturando el CO2 de la atmósfera y almacenándolo bajo tierra o en el mar. La crítica general que se puede hacer a estas tecnologías es que implican un notable uso de energía, que en muchos casos se produce con combustibles fósiles, y además, disminuirá la energía neta que podemos usar y que está declinando rápidamente. La tecnología más conocida es la captura directa por medio de equipos diseñados para este propósito. Como en otros casos, cuando se considera globalmente, la tarea se revela inviable. Para compensar las emisiones globales de CO2 se necesitarían más de 30 mil plantas a gran escala, con un costo total de 15 millones de millones de dólares. Para almacenar sólo un tercio del CO2 que se emite cada año se necesitarían 4 millones de toneladas de hidróxido de potasio -1,5 veces más que el suministro mundial- y la energía necesaria para su funcionamiento llegaría a una sexta parte de toda la energía global.4
Otras tecnologías buscan incrementar la captura en la biomasa continental por medio de repoblación forestal o del fitoplancton marino, mediante la dispersión de nutrientes como hierro y nitrógeno en los océanos. Estas “soluciones” se basan en una visión mecanicista de la naturaleza, propia del pensamiento occidental del siglo XIX, que ve al medio ambiente como una máquina en la que se puede operar sobre una parte sin tomar en cuenta sus relaciones con el todo. Cuando aplicamos una tecnología en una parte del medio ambiente, es muy probable que tenga un impacto en otra parte del sistema no prevista, porque todo está interconectado. En el caso de la biomasa, un mayor uso de fertilizantes para el cultivo podría estresar aún más los ecosistemas saturados de nitrógeno y la conversión de la tierra para el cultivo de biomasa podría liberar carbono almacenado en el suelo o en la biomasa existente. Aún peor, estas “soluciones basadas en la naturaleza” se han convertido en una manera de continuar con los negocios de altas emisiones de carbono, pero con un “lavado verde”. Una empresa puede liberar grandes cantidades de CO2 en la atmósfera, pero puede apoyar a la creación de un Área Protegida, o plantar árboles que se supone absorberán la misma cantidad de CO2. Este intercambio, que se realiza en los mercados financieros mediante la creación de créditos de carbono, es lo que significa la política “cero neto”: realmente no tienen la intención de reducir las emisiones a cero, simplemente se “compensan” las emisiones en otro lugar.5
La falacia del crecimiento para disminuir la pobreza
El Crecimiento Verde ha sido el escenario más utilizado para los modelos sobre el futuro energético, elaborados en la última década por las agencias internacionales y grandes corporaciones (IEA, IRENA, BP, Banco Mundial, incluso el IPCC) que sistemáticamente han evitado considerar escenarios de decrecimiento, donde la producción económica disminuye debido a una estricta mitigación climática.
¿Por qué esta obsesión con el crecimiento del PIB a pesar de su limitación energética y material y su inviabilidad como solución para mitigar el cambio climático? La respuesta que se repite una y otra vez es que sin crecimiento no se puede combatir la pobreza ni alcanzar un mejor nivel de vida para la mayoría de la población mundial. De nuevo, no hay evidencia de que esto haya ocurrido en la historia reciente. Desde la revolución industrial, con el crecimiento del consumo de energía fósil, la brecha del ingreso entre el “centro” (Europa Occidental, Estados Unidos, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Japón) y la “periferia” del mundo ha crecido constantemente.6
Más recientemente, en la última etapa de la globalización, campesinos y trabajadores rurales de algunos países asiáticos, principalmente de China, que han emigrado a las ciudades han mejorado sus ingresos monetarios, pero han empeorado sus condiciones de trabajo y derechos. Por otro lado, los trabajadores de las clases media-bajas de Estados Unidos y Europa occidental se han empobrecido por el outsourcing de la industria pesada y maquiladora en los países de menor costo de mano de obra y la sustitución provocada por la automatización. Finalmente, las políticas de “facilitación cuantitativa” de los bancos centrales occidentales se han traducido en un crecimiento espectacular de las ganancias especulativas del sector financiero, completamente desacopladas de la economía real, exacerbando ulteriormente la desigualdad dentro de cada país. En la actualidad, el 1.1% de la población concentra 45.8% de la riqueza mundial, mientras que el 55% solo posee el 1.3%7.
Conclusiones
Todo lo anterior lleva a una sola conclusión: un menor consumo absoluto de energía de la parte más rica de la población mundial es el único camino para atender la emergencia ambiental y sortear la creciente dificultad (y costos) para obtener energía. Pretender continuar con el sistema de alto consumo de energía actual, además de ser físicamente inviable, tendrá un alto costo ambiental. Se necesitará multiplicar la extracción de materias primas y minerales, cuyo reciclaje es mínimo.
En cambio, los modelos alternativos al Crecimiento Verde plantean políticas enfocadas en la suficiencia y la equidad, para proveer a todas las personas de un consumo de energía mínimo dentro de los límites planetarios.8 Esto implica hacer cambios radicales del lado de la demanda, para reducir el consumo a niveles de suficiencia, independientemente de los ingresos. Insistir en el Crecimiento Verde desvía la atención del centro del problema: el sistema económico capitalista, que requiere de crecimiento ilimitado para su estabilidad, y la creencia de que el bienestar significa un creciente consumo de bienes materiales. Desde hace casi 50 años se nos ha advertido que el crecimiento tiene límites y estamos a punto de colisionar con ellos. Si no repensamos esos fundamentos, no resolveremos el desafío energético, climático y social en que nos encontramos.
Notas:
Luca Ferrari, investigador Titular C en el Centro de Geociencias UNAM, campus Juriquilla. Es Investigador Nacional Nivel III, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y Fellow de la Geological Society of America. Su tema principal de investigación es la geología regional, tectónica y geodinámica de México con aplicaciones para la exploración de recursos geotérmicos y mineros.
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