Capítulo 3.2: La lucha por (no volver a) la normalidad 

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(o el mundo como lo conocíamos ya murió): impresiones desde la pandemia.

Colectivo Otros Horizontes Políticos: Más allá del patriarcado, el estado-nación, el capitalismo y la democracia.

Cuando se trastoca la cultura patriarcal (en este caso por un virus), se trastoca la economía capitalista y neoliberal. Hasta ahora, en intercambios y conversaciones en círculos militantes, discutimos sobre el impacto que esta crisis está teniendo en obreros y trabajadores y cuál será el futuro de nosotras sin nuestras ganancias quincenales y mensuales.

Ante eso, nos preguntamos ¿qué exigimos y a quién?, cuando sabemos que el capitalista no tiene sentido de compasión (sentir con), como un humano que sí lo tiene. ¿Qué estrategia debemos tomar como pueblo organizado para, junto con la catástrofe que este virus está ocasionando, asestar un golpe más a la propuesta de explotación y despojo? ¿Nos quedamos en casa esperando a que las cosas vuelvan a la normalidad o tratando de encontrar el fundamento que nos permita –con veracidad– decir que esto es un complot de alguien en un laboratorio en China? ¿Cuál es la ruta que debemos ejercer desde el cuidado?

Necesitamos, coordinadamente, dejar de pagar rentas, informarnos para obtener amparos colectivos contra la renta, el salario y la deuda. Si somos trabajadores, paremos y exijamos la no suspensión del salario. Si bien, no sabemos qué rumbo está tomando la economía capitalista financiera, es verdad que el no salario-no renta-no deudas no podría sostenerse por mucho tiempo, porque la economía capitalista simplemente funciona a través de la producción/explotación y consumo/enajenación del placer. 

Entonces, ¿en qué lugar quedamos los habitantes de las ciudades chicas, medianas o grandes? En uno en el que se devela que, sin capitalismo, la vida en la ciudad parece un sin sentido. Si exigimos que todo vuelva a la normalidad –como muchas y muchos ya están haciendo–, para encontrar un trabajo o algo que ayude a pasar el día a día, regresaremos exactamente a las mismas formas, procesos y relaciones que trajeron esta pandemia.

Esta crisis nos pone la espada al cuello y la espalda contra la pared. ¿Cómo vamos a transformar nuestra forma de vivir y relacionarnos con lo vivo? Podemos dar un golpe duro a la dinámica capitalista. Está tal vez reconfigurada, pero ¿qué tanto regresará a lo mismo?.. Eso depende de nosotras.

La fragilidad de lo vivo

Me siento vivo por sentirme frágil. En estos momentos soy más consciente de mi cuerpo, o cuerpa –como dicen las compañeras. Un virus “maligno”, un ser vivo pone en jaque al mundo entero, nos agrupa en una misma causa: ¿vencer al coronavirus? O es que finalmente podemos parar y repensar muchas cosas. Todavía hay cosas que hacer, luchas que resistir y caminos que bifurcar. Hoy nos enfrentamos a un enemigo silencioso, un adversario que no podemos tocar, escuchar, pero sí sentir. Ya se han visto casos de saqueo, de violencia intrafamiliar. Empezamos a ver cómo nos comportamos en nuestros espacios familiares y vemos cómo las personas están desesperadas por salir de sus casas, cómo el hambre es mucho más fuerte e indispensable calmar que la propia salud, cómo los gobiernos buscan medidas necesarias pero, aun así, el virus está con nosotros, está en el aire, está en el mundo. Tendremos que convivir con esos agentes patógenos y volver nuestros cuerpos más sanos, más inmunes, más enérgicos y más racionales.

Las estimaciones de las organizaciones mundiales dicen que, si se descontrolan las cosas, vendrán resultados fatales; que con el paso de los días, las personas podrían entrar en pánico o desesperación. Por eso, el llamado a las personas a la conexión vital y  a que lleven un camino espiritual, a que de alguna manera estén conectadas con su ser, que reconstruyan su nicho, su morada, su hogar. Es en esos momentos de la vida que respondemos a quiénes somos realmente. Cuando nos enfrentamos a estos tiempos desafiantes, lo mejor es mostrarnos como esencia natural, para que nazca lo común, lo nativo, lo barrial… se organicen tejidos, lazos de amistad y practicar esto que llamamos el “buen vivir”, la solidaridad de clases. Mientras vemos la solidaridad y apoyo mutuo de las de abajo, también se habla de la arrogancia de los de arriba, de la falta de solidaridad de las empresas que se encargan de despojar a los obreros de su seguridad social, de la desaforada militarización y represión policíaca en los barrios frente al coronavirus. Es el momento, como decía Iván Illich, de desescolarizar nuestra humanidad.

Recuperar la escala humana

Tengo la sensación de que no logramos acostumbrarnos a la idea de que el mundo que conocíamos ya murió. Y que el colapso sociopolítico es mucho más profundo que el colapso climático, en general. Ya no tenemos el clima que existía, ni el sistema sociopolítico que teníamos. Estamos viviendo entre fantasmas y zombies, ya no son reales las cosas que veíamos como tal y lo que estaremos viendo son los restos del sistema haciendo esfuerzos desesperados para pretender que está vivo y restablecer su normalidad como forma de poder y dominio. Ahí, entre esos fantasmas y zombies, estarán también los movimientos sociales del viejo tipo, que siguen mirando hacia arriba para pedir educación pública o nueva constitución… pero el arriba ya no existe, ya no puede hacer lo que hacía ni existir como existía.

Habrá esfuerzos enormes por regresar a alguna forma de normalización, si acaso hay un después del virtus, de un mundo que ya murió –quiero insistir en que ya murió– y que no hay ninguna posibilidad de que resucite. Veremos cualquier cantidad de atropellos y horrores, formas autoritarias sin precedente, todo tipo de empeños en darle alguna forma de vida a lo que ya murió, estos serán atropellos serios y tendremos que resistirlos. Pero no se puede resucitar lo que ya ha muerto.

No podrá resucitar la normalización patriarcal. Por cinco mil años, los hombres y las mujeres aceptamos el prejuicio patriarcal y vivimos conforme a él, como una forma de la realidad. Habrá todavía comportamientos patriarcales, actitudes patriarcales, aparatos patriarcales que circulen por ahí, pero estamos seguras que en el 8M y 9M [1], las mujeres mataron esa normalización y no podrá resucitar. No volverá a ser normal el prejuicio patriarcal ni el principio de la jerarquización en donde un sexo era superior al otro. Esa normalización nunca volverá y, si pensamos en lo que conocíamos como economía, organización social, estado- nación, sistema de gobierno… todo eso está destrozado y no puede resucitar.

Parte del problema es que no podemos ver todavía el nuevo mundo porque tenemos los ojos del anterior y porque del nuevo, que además pensamos que serán nuevos mundos –no uno solo–, no sabemos prácticamente nada. Ni siquiera tenemos todavía la capacidad para imaginarlos, porque no nos hemos purgado de la imaginación anterior. Tampoco podemos anticiparnos ni hay tendencias que nos digan por dónde van a ir las cosas. Entonces, no sabemos nada de lo que sigue y no nos atrevemos todavía a ver las novedades que están tratando de emerger. ¿Cuáles son algunas de ellas? Recuperar un poco la escala humana, volver a ser lo que somos cada quien: pequeños mortales que no estamos pensando en cambiar el mundo ni podemos pensar el planeta de la misma forma, otra vez.

De pronto, se vuelve importante el cuidado de la vida en concreto, no el cuidado de la vida en abstracto. Hablamos de la vida que nos provee, la vida de los huertos, la vida viva de alrededor, la vida que podemos tocar y sentir. Producir la propia vida se vuelve la única manera de poder estar vivo. No podemos seguir pensando que podremos estar vivos y colgados de alguna institución, de algún mecanismo o sistema de mercado o de Estado que nos permita vivir. Vamos a depender cada vez más de lo que cada uno de nosotros pueda hacer para vivir.  Esto exigirá lo contrario a lo que nos están diciendo: necesitamos, desde hoy, intensificar la interacción humana directa, no de masas, no salir a la calle para arrastrar a un grupo, ni  buscar el espectáculo de una clase o de una organización social grande. 

La mayor interacción humana ocurre de persona a persona, boca a boca, cerca unos de otros. Es hoy más importante que nunca interactuar con otros, otras, en lugar de aislarnos. Interactuar de diferentes maneras.

Creo que hay dos temas que nos ocuparán cada vez más en los próximos días, en la próxima vida: en primer lugar, la comida. Veremos cómo, de pronto, la comida se vuelve sumamente importante, tanto que tenemos que ocuparnos de producirla y de luchar para comer. No es si el aparato podrá o no seguir produciendo lo que llama comida. Independientemente de que pueda, no habrá quien se la compre, este será el problema real. ¿Cuáles son las condiciones en las que la comida se vuelve central e importante? Aquí están de nuevo las mujeres, quienes históricamente han estado claramente en el centro del cuidado de la vida, de la comida, de la producción de la propia vida.

Una guerra contra la vida y la desobediencia activa

La pandemia no es una guerra. La pandemia es la consecuencia de una guerra. Una guerra contra la vida. La mente mecánica, conectada a la máquina del lucro extractivista, creó la ilusión de seres humanos separados de la naturaleza, de una naturaleza muerta, materia inerte a ser explotada. La contingencia sanitaria, que por años estamos padeciendo a nivel mundial, no podemos separarla, ya que es un claro resultado, de la pérdida de biodiversidad, del calentamiento global del planeta. Todas esas emergencias tienen su raíz en una manera de ver el mundo: mecanicista, militarista, antropocéntrica que considera a los seres humanos como separados de –y superiores a– otros seres que podemos poseer, manipular y controlar.

Todas las crisis radican en un modelo económico basado en la ilusión de un crecimiento ilimitado y una codicia ilimitada; que violan los límites del planeta y destruyen la integridad de los ecosistemas y de las especies individuales. Cuando le hacemos la guerra a la naturaleza en bosques y selvas, en campos de cultivo, nos hacemos la guerra a nosotros mismos, porque nos encontramos íntimamente relacionados. Todos dependemos de todos.

Nos impresiona la cantidad de iniciativas que han surgido durante estos meses, en la Ciudad de México. Había algunas ya consolidadas desde antes, como espacios de mercados alternativos, locales donde van los productores y vamos quienes no producimos; además de eso, ha surgido una cantidad impresionante de otras iniciativas que se organizan a través, precisamente, de todas esas conexiones que tenemos entre unos y otros y se van conectando con los productores. Por ejemplo, aquí en Ciudad de México hay un montón; desde Xochimilco, Milpa Alta, por el otro lado, Texcoco. Sobre la marcha, los jóvenes van participando y viendo que incluso puede ser un modo para generar ingresos, como los que apoyan en ese flujo de comida sana entre productores y consumidores. Esto es parte de la desobediencia, la desobediencia activa que se ejecuta por la vía de los hechos.Yo creo que hay mucho más de lo que vemos y que parte del reto es seguir construyendo, al menos, esos diálogos, esas comparticiones. Necesitamos esas luces porque son las que entre unos y otros nos fortalecen la esperanza y los caminos, porque ya sabemos que estamos en tiempos muy complicados, muy llenos de contradicciones

La pandemia ha llevado a muchos sectores, sobre todo en la ciudad, a cambiar su manera de comer, a esperar que vengan los servicios que llevan a la puerta de tu casa la comida. Esto, en contraparte de los muchos grupos y colectivos que están surgiendo, que se reúnen y están construyendo colectividad, para sembrar su propia comida. Muchos esfuerzos de compañeras y compañeros que están aprendiendo cómo sembrar en la ciudad y ocupar todos los espacios posibles para sembrar su propia comida como un ejercicio, en primer lugar, de desobediencia, pero también como algo que en un futuro se perfila como posibilidades de garantizar la soberanía alimentaria. Por otra parte, las mismas comunidades que de por sí tenían tradición agrícola, la pandemia les ha implicado retomar su tradición productora, todo su bagaje de semillas. Esto reactiva una serie de circuitos que nos hacen situarnos de forma diferente en este tejido de la vida. Me parece que esto va a continuar el próximo año, vamos a seguir reflexionando en cuanto al comer.

Abrazar la otredad

Un concepto importante de los pueblos originarios, específicamente las comunidades andinas, es ese que la sociología moderna llama la otredad. Los pueblos ancestrales dicen: el otro soy yo; en algunas poblaciones de los uros, cuando se saludan en las mañanas dicen –usted soy yo, y el otro le contesta –y yo soy usted. Ese es un concepto que tiene que ver con el reconocimiento del otro, con el reconocimiento de que nosotros en este mundo somos en la medida en que reconozcamos al otro. Sin el otro no somos, por eso el trabajo es en conjunto, el trabajo en minga, el trabajo en equipo, la manada.

Se parte de reconocer al otro con todas sus dimensiones, con su familia, con sus problemas, con las diferencias que pueden existir; y ahí surge otro concepto que ellos tenían, el tercero incluido, o sea, no existía un rechazo hacia la diferencia, no existía una contradicción con el antagónico. Es decir, tu mirada diferente a la mía no nos hace enemigos, sino por el contrario, permite que surja una tercera mirada, que es el tercero incluido. Es un poco parecido a lo que nos habla la dialéctica moderna, que nos dice que las contradicciones son el resultado de una tercera mirada que nos puede ayudar a construir, es un proceso de aprendizaje donde estamos construyendo de manera permanente y lo hacemos con el otro, construimos con el entorno.

Sindemia

Lo que ha quedado más claro con la pandemia es que no se trata simplemente de la propagación del covid-19. Son dos categorías de enfermedades que interactúan dentro de la población: el covid-19 y una serie de enfermedades no transmisibles como la hipertensión, la diabetes, la depresión y la obesidad. Las consecuencias más importantes de considerar el covid-19 como una sindemia –no como una pandemia– es que subraya sus orígenes sociales, es decir, la vulnerabilidad de los ciudadanos de mayor edad, las comunidades negras, asiáticas, las minorías étnicas, los trabajadores clave que suelen estar mal pagados y cuentan con menos protección social. Como el caso de Estados Unidos, en donde esa distinción de clases y de identidades se ha visto más evidente que en otros lados, pues apunta a que una solución eficiente no vendrá a través de una vacuna, requiere que los gobiernos implementen políticas y programas para intervenir de formas más profundas en las disparidades de nuestra sociedad.

El confinamiento es entonces, el resultado de políticas gubernamentales deficientes que no han dejado ninguna opción real más a la gente que quedarse en su casa. Entonces, es aquí donde creo que las comunidades –y la manera como se han organizado– ofrecen respuestas de base para atacar esa pandemia, pero también para entenderla como parte de la sindemia. Es decir, como una forma de reestructurar la opresión, porque cambia la forma en la que comemos y en la que resistimos a estos proyectos de despliegue masivo de infraestructura para el uso de energía fósil. Para nosotres, ha sido muy bueno escuchar estas experiencias de diferentes comunidades que resisten y que producen estas características en su día a día.  Podemos seguir aprendiendo mucho de ellas, no solamente de cómo detener el avance en la pandemia, sino el propio modelo de desarrollo que hoy se está cayendo a pedazos.

Nuestras sociedades necesitan esperanza. La crisis económica que avanza hacia nosotros no se resolverá con la vacuna, aunque se presenta como una esperanza para salir adelante y regresar a trabajar. Esta es una esperanza que viene desde arriba, no es la normalidad a la que muchas y muchos de nosotros aspiramos. En Estados Unidos, la gente se rehúsa a regresar a trabajar en los trabajos mediocres que tenían; se dan cuenta de que existen otras posibilidades de vivir mejor. No es sólo una vida materialmente mejor, sino una propuesta de comunidad alternativa, de solidaridad y de trabajo digno. Los gobiernos siguen priorizando el desarrollo de los megaproyectos que buscan hacer “progresar” a la sociedad, cuando en realidad mantienen el carácter devastador de la normalidad. Abordar el covid como una sindemia invita a tener una visión más amplia, que abarque la transformación del modelo educativo, del empleo, la vivienda, la alimentación y del medio ambiente. Ver el covid 19 solo como una pandemia excluye un prospecto más amplio, pero necesario: la capacidad de las comunidades de aprender de la ciencia y la nuestra de aprender de ellas cómo podemos habitar en comunidad y seguir entendiendo las características y los límites que pone esa ciencia. Por ejemplo, recordamos el caso de los zapatistas, que sí tomaron en cuenta los conocimientos de la ciencia occidental y los incorporaron en sus tareas de todos los días. Es algo que nos deja entender que, efectivamente, podemos enfrentar esto como comunidad y que no tenemos que hacerlo aislados cada uno desde nuestra casa.

[1]  El 8 de marzo del 2020, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer, más de 80 mil mujeres se dieron cita en el Monumento de la Revolución para marchar y protestar por el alza de los de los feminicidios y la violencia contra las mujeres en México. Ver: https://www.inoma.mx/noticias/index.php/2021/03/09/8m-mas-fuertes-mas-valientes-mas-unidas/ 

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