Capítulo 3.5: La democracia ha sido desmantelada democráticamente. *

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Colectivo Otros Horizontes Políticos: Más allá del patriarcado, el Estado-Nación y la democracia.

La democracia moderna se ha establecido en buena parte de los países del mundo. Su universalización corresponde al creciente desencanto que provoca. Se han debilitado sustancialmente los dos pilares principales de una sociedad democrática: la creencia de la mayoría de los ciudadanos de que el procedimiento electoral expresa adecuadamente la voluntad colectiva y su convicción de que los funcionarios elegidos con él representan realmente los intereses de esa mayoría. Proliferan en todas partes propuestas de reforma, pero las acompaña una creciente perplejidad, al reconocerse el límite de todas ellas: la imposibilidad de que la mayoría de los ciudadanos haga valer efectivamente su voluntad dentro de ese régimen de gobierno y lo reforme en la manera en que desea. Está en duda, incluso, que la mayoría quiera hacerlo, pues se agota paulatinamente el aliento que llevó a la llamada “democracia participativa”, con instrumentos como el plebiscito o la revocación de mandato: se quejan ya los votantes de California o Suiza por el número de horas que deben dedicar a definir un voto responsable en la multitud de asuntos que se les someten. 

Está en esta propuesta la lógica de lo que Giorgio Agamben ha teorizado, siguiendo el pensamiento de Hannah Arendt sobre el estado de excepción. Aquel estado en donde el poder soberano puede declarar un estado de emergencia. Pero como ha denunciado Agamben recientemente, la emergencia es perpetua, la abolición de las libertades es permanente y por ende la excepción es universal y el poder absoluto. La elección de líderes como Donald Trump, el voto de Brexit, Bolsonoaro, Victor Orban, y el resurgir de grupos de extrema derecha en buena parte del Norte global demuestran como el desencanto con la democracia ha convertido el estado de excepción en una demanda democrática. Quizá W.E.B. Dubois tenía razón, hace cien años, cuando describió este régimen como “despotismo democrático” . ¿Puede aún tener cabida en ese diseño el ideal democrático? En caso contrario, ¿cuáles son las alternativas? ¿En qué consiste la llamada“democracia radical”?

El diseño original racista y sexista de la democracia

Al pensar en la democracia, quizá lo primero que debemos tomar en cuenta es que la sociedad griega, en donde se acuñó el término democracia, y la sociedad estadounidense, en donde tomó su forma moderna, eran sociedades con esclavos y profundamente racistas y sexistas. Los griegos llamaban bárbaros a quienes no hablaban una lengua griega y los despreciaban profundamente. Los demócratas de Atenas eran racistas y también sexistas. En Grecia, como en Estados Unidos, se trazó muy claramente una línea de color y de género al pensar y practicar la democracia. En Estados Unidos se celebra hasta hoy la constitución de Pensilvania, que se considera una expresión clara de la voluntad del pueblo. Pero en ese “pueblo” no estaban las mujeres ni los negros. Nace la democracia como un diseño, un modelo, profundamente clasista y sexista. 

No es algo casual o irrelevante. Aunque se ha abolido la esclavitud formal en el mundo, la democracia es un dispositivo que lleva a desear y aceptar formas de esclavitud más opresivas y bárbaras que todas las del pasado. Clement Attlee, el político británico, pensaba que la democracia es gobierno por disensión, pero solo funciona cuando se logra que el pueblo deje de hablar. El problema de hoy no es de libertad de expresión, aunque hay problemas en su ejercicio, en la forma en que se practica. El problema es que millones dejan de hablar, aunque muevan las bocas, las cuerdas vocales y los dedos en el celular. Eso que hacen no es hablar. En tojolabal, el verbo que alude al hablar incluye al otro, al que escucha.

Hay todavía libros de texto, dentro y fuera de Estados Unidos, que definen la democracia como el régimen político que rige actualmente en Estados Unidos. Hasta hace poco tiempo era el modelo universal de democracia, el referente universal. Pero una sociedad democrática funciona cuando se cumplen dos condiciones: cuando la mayoría de los ciudadanos creen en los procedimientos electorales, piensan que son una expresión puntual y respetada de la voluntad colectiva, y cuando la mayoría de los ciudadanos cree que las personas elegidas representan sus intereses. Nadie puede afirmar que eso ocurre en Estados Unidos.

Ese régimen, que se llevó a todas partes del mundo para construir sociedades democráticas, es un diseño que nunca fue una democracia. Son conocidas las amplias discusiones de los federalistas, como se llamaba el grupo que concibió la constitución estadounidense . Hasta hace pocos años se decía en Estados Unidos que eran los padres de la patria; eso ya no es políticamente correcto y ahora se les llama los fundadores de la nación . Se decía que era la mejor generación que el país había tenido, por haber creado esa pieza angular de la sociedad estadounidense, que daba lugar a la democracia. 

Si alguien se toma la molestia de ponerse a estudiar lo que pensaban y decían los federalistas, cuando trataban de concebir la manera de unir a las trece colonias que se estaban independizando de Gran Bretaña para crear la Unión estadunidense, podrá ver que Hamilton y Madison dijeron tal cual, en su correspondencia y en los textos que se han publicado, que si creaban una auténtica democracia no ten- drían una Unión estadunidense: cada una de las trece colonias se iría por su lado y todas podían caer en manos de un demagogo; cerca, además, estaban los enemigos, los franceses o los británicos. 

Por ese motivo, no podían darle poder al pueblo, crear una democracia. Pensaron entonces en crear una república, un régimen en que el pueblo crea que tiene el poder, pero en el cual existan mecanismos para que desde arriba un pequeño grupo pueda controlar el poder . Puede verse fácilmente que eso es lo que está pasando. El pueblo vota y cree tener el poder, pero en realidad solo unos cuantos gobiernan… y pocas veces toman en cuenta lo que quiere la gente.

El desencanto con la democracia 

No necesitamos ir regresar a la antigua Grecia para explorar el tema, pero no es inútil recordar que para Aristóteles la democracia era la forma más corrupta e indeseable de gobierno. Así la consideró siempre una mayoría de personas razonables en todas partes. A fines del siglo XVIII Burke expresó el consenso de la época al decir que tener una democracia perfecta era lo más vergonzoso del mundo. El gobierno por mayoría es siempre el de una facción, que actúa por sus intereses, no los de todos y el gobierno de las multitudes será siempre inestable porque existe la tendencia natural a que las multitudes sean conducidas por demagogos. La resistencia al sufragio universal surge siempre del temor a lo que se llamaba, con cierta razón, la tiranía de la mayoría. Pero esto nunca se produjo por el éxito del sistema de partidos y de medios para controlar a la democracia. 

Los partidos reducen las opciones y son internamente muy antidemocráticos. Todas las democracias son elitistas . En un régimen democrático se asegura la reproducción de minorías autoelegidas. En todas las democracias del mundo una pequeña minoría decide por los demás: es siempre una minoría del pueblo y casi siempre una minoría de los electores quien decide qué partido gobierna. Una minoría exigua promulga las leyes y toma las decisiones importantes; la alternancia o los contrapesos democráticos no modifican este hecho.

El triunfo popular contra la monarquía fue muy importante: la gente se enfrentó a un sistema de privilegios. Con eso, empero, se forjó una nueva mitología política, ahora dominante: la idea de que existe una capacidad política, clara y conveniente en las mayorías electorales. Pero las mayorías electorales no son sino conjuntos ficticios de personas teóricamente dotadas de razón . Su supuesta homogeneidad se deriva del mito de que el voto puede expresar el interés racional de cada uno y darle una forma política.

Todo el mundo parece estar de acuerdo en la necesidad de la democracia, pero esto no permite llegar muy lejos, porque el ideal democrático es hoy universal e indiscutible, pero desdibujado. Estar a favor de la democracia carece ya de significado preciso y da lugar a posiciones muy distintas. Para plantear opciones necesitamos tener claridad sobre las concepciones de democracia que se enfrentan. Aunque las elecciones no son un tema central en la vida de quienes participamos en este espacio, nos caen encima y todxs nosotrxs estamos cotidianamente involucrados con compañeros y compañeras que creen en las elecciones. A veces lo dicen con desencanto, expresan su descontento, saben que son una mierda, que no sirven para nada, que no resuelven ningún problema de fondo, pero siguen ahí. Algunos comentan que seguir con AMLO es “lo menos peor”, que así vamos a tener menos represión, alguna situación menos grave, es ir por “el menos peor” como la forma de protegernos un poco de lo que viene. Son compañeras y compañeros que no son nuestros enemigos, que están cerca, que no los sentimos perdidos o despistados pero que están involucrados en el proceso electoral de una forma o de otra y que tienen la preocupación muy cercana. Parece que inevitablemente tenemos que abordar el tema.

La cuestión de votar o no votar y participar o no de alguna manera en el proceso electoral no debería ser una decisión individual, sino la expresión de una reflexión colectiva. No propongo un acuerdo general, sino oponerse a la fragmentación individualista del proceso. Para el análisis necesitamos reconocer lo que ha sido la historia política de este país. La raíz de la violencia, la más profunda de sus raíces, es precisamente el partidismo político y la confrontación de estos grupos que en lugar de tener una posición o una reinvención del mundo han capturado espacios que generan odios, masacres, destierros, no solo en la época de la colonia, con ánimo claramente patriarcal. Debemos hablar de la época de la violencia que mata liberales o conservadores, de paramilitares, de la ultraizquierda o la ultraderecha, asesinándose en cada uno de los contextos.

Un estudio reciente demuestra que todos los presidentes norteamericanos de la posguerra y la mayor parte de los anteriores fueron elegidos por no más del doce por ciento de los electores: vota regularmente la mitad de los electores, que son solo una parte de los habitantes, y se gana con poco más de la mitad de los votos (a veces menos) . Se dio siempre por supuesto que los que no votaron eran apáticos, irresponsables, que estaban viendo el fútbol, que no estaban participando en la vida democrática y no sabían lo que debían hacer . Sin embargo, el estudio demostró que una proporción muy grande de los que no fueron a votar lo hicieron con una posición política intencionada. Habían decidido que desde hace tiempo en Estados Unidos el sistema electoral no sirve y que no hay que participar en él. 

Hoy es transparente la agresión policiaca a los negros y latinos. Ellos han estado viendo que esto que se llama democracia nunca ha sido democracia para ellos, porque esta es esencialmente racista y sexista. Esto es inherente al sistema democrático. Vemos que sin importar quién gane no va a terminar la guerra, no va a terminar la violencia contra las mujeres ni los feminicidios . La cuestión está en dónde nos ubicamos nosotros. Si hago la lucha dentro del sistema le concedo al candidato que sí va a hacer una diferencia frente al otro candidato o me posiciono desde afuera y digo en este juego no le entro.

La gente ha perdido interés por la lucha entre partidos, de hecho, estas elecciones no son precisamente las que han generado mayor interés como en lo local, la contienda de los ayuntamientos siempre es la que genera mayor apasionamiento y mayor expectativa . Los de abajo, los excluidos, sabemos que en este sistema nuestro sentir, pensar y decisiones no son respetadas ni tomadas en cuenta. Que no hay margen para decidir lo que sucede arriba, aunque siempre somos afectados por las turbulencias de los de arriba . Sin embargo, acá abajo la meta se sigue cuidando, con o sin elecciones la vida en el campo continúa resistiendo, aferrándose.

Por todo esto repetimos que nuestro caminar sigue y creemos que ni siquiera pasa por el primero de julio de 2018 y tampoco se circunscribe solo a México, porque la resistencia, la rebeldía y el empeño de construir un mundo donde quepan muchos mundos es internacional y no se limita ni por los calendarios ni por las geografías de quienes allá arriba nos explotan, nos desprecian, nos roban y nos destruyen. Nuestra lucha sigue siendo por la vida. No podemos intentar cambiar la dinámica del país desde la cultura impuesta, la democracia es un acto colonizador, es una cosa que nos enseñaron otros, la democracia es de todos los países, pero igual estamos perpetuando una práctica colonizadora. O sea que yo creo que, más bien, la pregunta es cómo podemos construir espacios como este para que de Centroamérica vayan a Sudamérica y cada vez seamos más lxs que hacemos parte de esta mesa y se pueda extender un movimiento que va desde abajo y desde lo nuestro, lo que realmente nos pertenece .

La lucha por la democracia radical

Luchar por la democracia es enfrentarse al autoritarismo del régimen, pero no para rendirse a una ilusión formal, sino para ampliar, fortalecer y profundizar los espacios en los que la gente, el pueblo, puede aún ejercer su propio poder. Pensar que democracia es el poder del pueblo no es una versión simplista del discurso sobre la democracia: capta su esencia . Poder del pueblo es la traducción al español de la palabra griega . Para quienes forman el “pueblo”, democracia es asunto de sentido común: que la gente común gobierne su propia vida . No se refiere a una clase de gobierno, sino a un fin del gobierno. No se trata de un conjunto de instituciones, sino de un proyecto histórico. No es “un” gobierno de cierta forma, sino los asuntos de gobierno. No alude a las democracias existentes o en proceso de construcción, sino a la cosa misma, a la democracia, al poder del pueblo.

Se ha estado llamando a la alternativa “democracia radical”, aunque no es un término que se haya utilizado mucho en América Latina. Recoge experiencias y debates populares . Los demócratas radicales expresan con precisión lo que quieren. Para ellos democracia radical significa democracia en su forma esencial, en su raíz; significa, con bastante precisión, la misma cosa. Desde el punto de vista de la democracia radical, la justificación de cualquier otro tipo de régimen es como la ilusión de la nueva ropa del emperador. Según ellos,

[ . . .] aún quienes hayan perdido su memoria política pueden descubrir que la verdadera fuente del poder está en ellos mismos, que democracia es la radical, la raíz cuadrada de todo poder, el número original del que se han multiplicado todos los regímenes, el término raíz del que se ha ramificado todo el vocabulario político . Concibe a la gente reunida en el espacio público, sin tener sobre sí el gran Leviatán paternal, ni la gran sociedad maternal protegiendo a la gente; solo el cielo abierto, la gente que hace de nuevo suyo el poder del pueblo, que le permite estar libre para hablar, para escoger, para actuar. 

Es una noción omnipresente en la teoría política y el debate democrático y a la vez siempre ausente: se flirtea con ella y se le esquiva, como si nadie se animara a abordarla a fondo y de principio a fin; como si fuera demasiado radical o ilusoria: lo que todo mundo busca, pero nadie puede alcanzar . Dada la retórica dominante, es útil tener presente que acaso el único manifiesto explícito por esa democracia que aparece en la teoría política se encuentra en Marx:

En la monarquía, el conjunto, el pueblo, se encuentra subsumido bajo una de sus formas particulares de ser, la constitución política; en la democracia la constitución misma aparece sólo como una determinación, la autodeterminación del pueblo . En la monarquía tenemos el pueblo de la constitución; en la democracia, la constitución del pueblo. La democracia es la solución al acertijo de todas las constituciones . En ella, no sólo implícitamente y en esencia, sino existiendo en la realidad, se trae de nuevo la constitución a su base real, al ser humano real, al pueblo real, y se establece como acción del propio pueblo.

En la experiencia de la Comuna de París Marx vio una democracia alternativa a la formal. La Comuna no sería un órgano parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa . La Comuna destruye la centralización política. Deja en una asamblea nacional pocas, pero importantes funciones, cumplidas por funcionarios comunales. Según Marx, el sufragio universal sería utilizado por el pueblo organizado para la constitución de sus comunas, no para establecer un poder político separado, en manos de representantes . En ese régimen,“se devolverán al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento.”

Lenin se inspiró en esas reflexiones para concebir una democracia basada en consejos obreros, que es lo que habían constituido en Rusia los trabajadores, a espaldas de Lenin crearon los soviets. Pero él mismo, por razones económicas, optó por la centralización y abandonó esa idea. Además, ni en Marx ni en Lenin hay una crítica del modo industrial de producción y de la organización del trabajo que le es inherente, una crítica que es condición de la democracia radical que deberemos examinar con cuidado al imaginar su forma real. La teoría democrática convencional traiciona y distorsiona la raíz de la democracia como poder del pueblo, al referirse a formas de gobierno e instituciones a las que se transfiere continuamente ese poder. Se reconoce que el pueblo es la fuente de todo poder legítimo, pero solo puede usarlo para elegir representantes y cuando más, para revocar su mandato.

Lo primero que quería decir es que tenemos que replantearnos lo que es el concepto de democracia, porque creo que durante mucho tiempo se nos ha tratado de convencer de que los regímenes políticos que en los últimos años en los países capitalistas asumen que (o se asumen como) son democracias cuando realmente no lo son. Pueden ser representativos, pero incluso está toda la discu- sión de que los fundadores de ese tipo de gobiernos, como los revolucionarios franceses o los padres de la independencia de Estados Unidos, no se referían a los regímenes políticos que estaban proponiendo como democracia, sino como repúblicas con gobiernos representativos. Creo que eso es importante porque también esa discusión nos pone en la tarea de preguntarnos realmente qué es una democracia o cómo podemos construir democracias y creo que ahí había muchas cosas o muchas propuestas que podríamos debatir, como la de los zapatistas y cosas que se hacen en todo el mundo y en las mismas comunidades. 

Seguimos diferenciando la propuesta de democracia y buen gobierno del Consejo Indígena de Gobierno (CIG) de la asociada con los distintos procesos electorales en marcha en nuestros países, o sea, la supuesta democracia del arriba confrontada con la democracia radical de abajo. Esto nos llevó a recordar cuando empezamos a tejernos en este seminario con la lectura de Democracia radical de Lummis [1] y a volver a cuestionarnos lo que entendemos como democracia y el porqué de nuestra fascinación con ella .Ya hemos dicho antes que hay muchas formas de organizar sus gobiernos y sociedades en el abajo y es muy polémico que a todas ellas se les llame“democracia”, porque los zapatistas no llaman a lo que construyen o crean“democracia zapatista”, sino buen gobierno, municipios autónomos, municipios rebeldes. 

El que no le hayan llamado democracia zapatista merece detenernos a pensarlo. Y sin embargo, todos los comunicados se firman con la consigna“libertad, justicia y democracia”. ¿Cómo se encarna esta forma de gobernar y gobernarse, cómo está habitada, qué significa más allá de nuestros paradigmas y ontologías modernos occidentales? Acá queda el punto para continuar reflexionando y debatiendo: el lugar dominante de la“democracia”está ligado a nuestras utopías y a la fuerza del capitalismo que le viene excelentemente a la democracia representativa, así ciudadano, individuo y consumidor se vuelven una sola cosa.

* La frase se atribuye a Boaventura de Sousa Santos. Para una aproximación a su pensamiento al respecto ver: Santos, B. (2002) (Ed.) Democratizing Democracy Beyond the Liberal Democratic Canon. London and New York: Verso. 

[1]  Ver: Lummins, D. (2016) Radical Democracy. Ithaca, New York: Cornell University Press. 

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