Capítulo 4.10: Decrecimiento

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Decrecimiento

Hace unos 200 años, la civilización moderna-capitalista comenzó a explotar los combustibles fósiles (primero el carbón, después el petróleo y más recientemente el gas), fuentes energéticas de alta densidad calorífica producidas por el mismo sol que hace crecer la biomasa, pero que requirieron más de 300 millones de años para su formación. En los últimos 70/75 años de la historia humana, el crecimiento se ha vuelto exponencial. Pero no sólo el crecimiento de las tendencias socioeconómicas (población, riqueza, inversión extranjera directa, etc.), sino también el crecimiento de las tendencias de destrucción del sistema-Tierra (acumulación de gases de efecto invernadero [GEI] en la atmósfera, acidificación del océano, deforestación, etc.). 

El crecimiento de la producción material bajo el capitalismo es omnipresente, pero no puede ser infinito. Cada vez hay más evidencia científica de que el crecimiento de las tendencias socioeconómicas se está ralentizando a pesar de que el crecimiento destructivo del sistema-Tierra continúa o se acelera. 75 años de crecimiento exponencial de la civilización han impuesto el “sentido común” de que el crecimiento perpetuo es posible, por lo que hoy hablar del decrecimiento parece una idea radical o descabellada.

Decrecimiento Poder / energía / crecimiento

Poder, energía, potencia y crecimiento son conceptos profundamente vinculados. En física, poder es la capacidad de un sistema para causar cambios. La energía es la condición necesaria para hacer algo, cualquier cosa. Todo movimiento provocado por la energía (es decir, todo proceso material) se acompaña de la disipación de calor y de la generación de entropía. Lo anterior significa, sencillamente, que todo uso de energía tiene consecuencias. Para que las cosas puedan ocurrir, la energía tiene que transferirse y es ahí donde la potencia cobra toda su importancia. Por ejemplo: controlar la transferencia de energía es perentorio para la vida y esa es la función esencial de cada célula. Controlar la transferencia de petróleo desde los yacimientos del corazón de Eurasia es perentorio para el capitalismo y esa es una de las funciones (y negocios) esenciales de la declinante hegemonía estadounidense. 

La energía es la moneda del poder. Controlar la transferencia de energía, permite a los organismos (por supuesto, incluidos los organismos humanos organizados en distintas formas y escalas de complejidad) hacer cosas. En el fondo, todas las formas de poder implican el acceso a la energía y el control de flujos de energía, desde el acceso a la alimentación más básica hasta la definición de políticas energéticas o el control de redes eléctricas o de mercados globales de petróleo. Si el poder es la posesión de control, autoridad o influencia sobre los demás, el poder social vertical es la capacidad de hacer que otras personas hagan algo, ya sea por incentivo, amenaza o inspiración. Este poder social vertical implica el acceso y el control de flujos de energía para otros; es la capacidad de influir en cómo otros gestionan su energía; es la capacidad de influir en lo que otros pueden hacer. 

La energía es la capacidad de ejercer poder. La energía es la capacidad de crecer. El decrecimiento, provocado por una creciente escasez de energía, significará un progresivo desempoderamiento de la civilización para utilizar la biósfera a su antojo.

Extralimitación

Para comprender el predicamento humano que nos obliga a pensar seriamente en el decrecimiento como alternativa, debemos comprender que la civilización se encuentra en una situación de extralimitación (overshoot). La civilización está fuera de los límites de la sostenibilidad, está fuera de “un espacio seguro de operación”, está deslizándose fuera de “los límites planetarios”. En otras palabras, la civilización está “operando” (viviendo, produciendo, reproduciéndose, creciendo) en una “zona de colapso”. Si no regresa “voluntariamente” a los límites de lo sostenible, la realidad se encargará de hacerlo.      

La extralimitación se establece con respecto a dos variables: A) el impacto generado por la civilización moderna-capitalista sobre el planeta (frecuentemente medido a través de la “huella ecológica”). El impacto está conformado por tres componentes: la extracción de recursos, la contaminación provocada por los residuos y la degradación del ecosistema planetario. Por el otro lado, está B) la biocapacidad del planeta para: regenerar los recursos que se le extraen; absorber residuos y contaminación; y reparar los daños que se le infligen. Por supuesto, la civilización puede realizar innovaciones tecnológicas y utilizar la energía concentrada de los combustibles fósiles para acceder a nuevos recursos y territorios, creando la ilusión de que está incrementando la biocapacidad del planeta. Pero, finalmente, la innovación tecnológica termina por presentar rendimientos decrecientes, y las reservas de combustibles fósiles de mayor densidad se agotan. Dado que vivimos en un planeta finito, la biocapacidad planetaria tiene límites infranqueables, por lo que pensar que el crecimiento de la producción material de la civilización puede proseguir de forma infinita en un planeta finito es una fantasía peligrosa. Ya lo decía Kenneth Boulding, economista ecológico: “para creer que la economía puede crecer infinitamente en un planeta finito hay que ser un loco o un economista”.

Es importante señalar que la extralimitación es un problema de la civilización, no de la especie. Es frecuente que las evaluaciones científicas globales carezcan de pensamiento crítico y se suele presentar a la especie humana en un común denominador general, en el que toda persona (sin importar su geografía, sexo, cultura, color de piel o condición socioeconómica) es igualmente responsable de la extralimitación. El propio concepto de Antropoceno resulta problemático en ese sentido. Pasar por alto esta distinción puede ocultar una larga historia de explotación colonial, imperialista, patriarcal y capitalista que hoy es la principal fuente de esta extralimitación. Por tanto, cuando se hace referencia al Antropoceno o a ‘la humanidad’ en abstracto, suele dejarse de lado que fue una pequeña élite, en su mayoría integrada por hombres blancos en el norte global, quienes son responsables de la configuración de una civilización expansiva, que por los últimos 500 años ha sido responsable de esta extralimitación, época que bien podría denominarse Capitaloceno.

El mito de la transición hacia un crecimiento “verde”

En los últimos años se ha construido una narrativa que señala que, en las próximas décadas, “la humanidad” realizará una transición energética de los combustibles fósiles hacia las energías renovables, y que eso permitirá mantener las condiciones de desarrollo civilizatorio actuales, pero sin los efectos ambientales negativos. Esta transición, que permitirá alcanzar “cero emisiones netas hacia 2050” se realizará sin tener que realizar cambios radicales, simplemente deberá permitirse que la economía “de mercado” siga creciendo acompañada de tecnologías “verdes”. Es decir, el futuro será uno de profundización de la globalización, superbowl, plazas comerciales, derroche de alimentos, turismo internacional y complejos militares industriales, pero funcionando con energías renovables. La economía, seguirá creciendo, sólo que de formas más eficientes que permitirán la descarbonización, electrificación, reciclaje y desmaterialización.

Simon Michaux, responde con realismo: “El pensamiento actual es que las empresas industriales globales reemplazarán un ecosistema industrial complejo que tardó más de un siglo en construirse. El sistema actual fue construido con el apoyo de las fuentes de energía de mayor densidad calorífica que el mundo haya conocido (el petróleo y el carbón), en cantidades abundantes y baratas, con crédito fácilmente disponible y recursos minerales aparentemente ilimitados. Se espera que este reemplazo se realice en un momento en que la energía es comparativamente muy costosa, un sistema financiero frágil, saturado de deudas, sin suficientes minerales y una población mundial sin precedentes, inmersa en un entorno natural en deterioro.”

La narrativa fantástica del crecimiento infinito en un planeta finito, a veces llamado “progreso” (la convicción de que la historia de homo sapiens es un avance imparable hacia un destino superior, quizás en las estrellas), es un relato que legitima e impulsa las tendencias más destructivas de la civilización: el extractivismo, el colonialismo, el patriarcado, la explotación y exclusión de otros seres humanos, la guerra y, por supuesto, la devastación de la biósfera. Todas estas tendencias son resultado del imperativo capitalista del crecimiento. Aunque se pinte de verde.

Entonces, ¿no podemos producir lo mismo con menos recursos?

Un ejemplo puede ser ilustrativo para comprender lo que está en juego en el crecimiento/decrecimiento. Si una comunidad necesita huevos para alimentarse, puede atender esta necesidad de dos formas distintas: 

La primera es que la propia comunidad se autoorganice en una granja de permacultura para criar y alimentar gallinas, para así poder recolectar huevos frescos todos los días. En esta opción, ni los huevos ni los insumos para producirlos recorren grandes distancias, por lo tanto, no hay un gran consumo energético en el transporte, ni grandes emisiones de GEI, ni grandes riesgos de desabastecimiento energético porque no hay una gran dependencia energética. Los desechos orgánicos se pueden aprovechar como abono y los desechos inorgánicos se pueden reciclar. La gestión del proceso puede darse a partir de la interacción social espontánea de manera informal y sin costo. El impacto sobre el ecosistema puede reducirse notablemente, las gallinas pueden recibir un trato adecuado, la calidad nutritiva del producto puede elevarse sustancialmente. Las granjas locales pueden proporcionar empleo, sentido de comunidad, alimentos sanos y sabiduría sobre nuestra interacción con la naturaleza. No hay desperdicio de huevos. Ni siquiera se requiere dinero para producirlos. No es una utopía. En el mundo existen muchos ejemplos de que esto es posible. Una granja de permacultura produce alimentos sanos y relaciones humanas horizontales de cuidado, pero no es un negocio, ni promueve el crecimiento. 

La segunda es la forma capitalista de obtener huevos: comprarlos en un supermercado convencional. En ese caso, producir huevos es el resultado de un vasto engranaje de cadenas globales de suministro por mar, aire, carreteras y vías férreas; complejas infraestructuras de almacenamiento de insumos y productos, y mega granjas (verdaderas “favelas” de aves que funcionan como un caldo de cultivo de virus para las futuras pandemias), todas ellas dependientes de combustibles, minerales, siderurgia y productos químicos. Una industria de tal complejidad no puede funcionar a partir de relaciones sociales espontáneas. Se requiere de expertos en finanzas, publicidad, seguros, embalaje, eliminación de residuos, mano de obra (generalmente migrantes explotados, vengan del campo o de otros países) y técnicos altamente capacitados. Se requiere un CEO que exigirá un sueldo insultante y una junta directiva que tomará decisiones verticales. Hay jefes y subordinados. El daño a los ecosistemas es significativo (por contaminación de agua y suelos), la emisión de GEI se dispara y, el riesgo de disrupción en la cadena de suministros, también. Por supuesto, la industria capitalista del huevo es un negocio y promueve el crecimiento, pero a su vez implica un derroche de recursos y energía en comparación con una granja de permacultura.

En la granja de permacultura las gallinas comen hierbas, lombrices e insectos. En las mega granjas corporativas las gallinas consumen maíz, trigo, cebada, avena, harinas de soya, aceites vegetales, complementos químicos de vitaminas y minerales y requieren de antibióticos; convirtiéndose en competidores directos de la alimentación humana y en un vector que acelera una de las mayores amenazas humanas en los próximos años: la resistencia bacteriana a los antibióticos. La granja de permacultura puede producir la misma proporción de huevos con un 5 o 10% de los insumos materiales y energéticos de los que demanda una mega granja industrial. En este ejemplo, está claro que la granja de permacultura parece mucho más atractiva. La pregunta es entonces, ¿por qué no organizamos la economía de esta forma?

¿Por qué el capitalismo necesita del crecimiento?

Sorprenderá saber que, aunque la civilización moderna-capitalista se fundamenta en la narrativa del progreso y establece dictatorialmente el imperativo de crecer, no es la única civilización obsesionada con el crecimiento. Esa misma obsesión por el crecimiento llevó al colapso de casi todas las civilizaciones humanas anteriores e, incluso, al rival del capitalismo durante la Guerra Fría: el comunismo soviético. 

¿Hay una “tendencia” humana natural hacia el crecimiento? Elon Musk y su sueño de colonizar Marte bien puede comprenderse como la expresión nihilista del capitalismo en medio de una crisis existencial. Aun cuando existe una tendencia a la formación de imperios “crecentistas” y expansivos a lo largo de la historia, también es cierto que el ser humano no es destructivo o acumulativo “por naturaleza”, sino que la cooperación y la solidaridad forman parte de su reproducción. Por siglos, los seres humanos han aprendido a vivir sosteniblemente dentro de la biósfera y a proponer formas de organización no jerárquicas que han permitido una subsistencia más o menos igualitaria a lo largo de la historia. No obstante, la civilización moderna, es decir, la que podemos catalogar cómo el capitalismo histórico, ha convertido al crecimiento en la deidad principal de una religión de alcance global. Una religión fanática e intolerante.

El crecimiento económico es la receta universal del capitalismo para sobrepasar sus contradicciones. Si pretendemos que el decrecimiento tenga sentido como alternativa al colapso, debemos comprender por qué abandonar la ideología del crecimiento no resultará fácil, ni siquiera cuando el fin del crecimiento sea cada vez más evidente.

El capitalismo no es una economía de mercado. El capitalismo es un sistema de dominación en el que la clase que monopoliza el capital utiliza el poder (el más importante de todos, aunque no el único, el poder del estado) para proteger sus monopolios, ampliar sus mercados, acceder a recursos materiales y energéticos, dominar a la población (mediante el colonialismo, el racismo, el machismo, el clasismo y muchos otros mecanismos de dominio) e intentar subsumir a la naturaleza en la lógica expansiva del capital. El resultado inevitable de la dinámica capitalista es el incremento de la desigualdad. El resultado inevitable es que los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más pobres y el conjunto de la sociedad (ahora de escala global) se polariza. 

Los pobres (incluyendo a las poblaciones pobres de los estados ricos) están condenados a competir en mercados monopolizados para sobrevivir, en donde sólo existe una forma de evitar que los ricos se queden con todo: el crecimiento económico perpetuo. El crecimiento económico fue la condición para la existencia de una alternativa socialista, para la existencia de una menor desigualdad entre el centro y la periferia del sistema-mundo capitalista y para la existencia de políticas redistributivas en los estados capitalistas centrales. Una vez concluida la fase de crecimiento económico exponencial, la desigualdad se ha intensificado en todas las escalas y dimensiones. Por lo tanto, si el fin del crecimiento es físicamente inevitable, la única forma de evitar que la “civilización” no evolucione hacia el ecofascismo, una distopía de desigualdad absoluta regida por la violencia es abandonar el capitalismo.

La inevitabilidad del decrecimiento

La mayor parte de la discusión sobre el decrecimiento adolece de dos defectos. El primero es que se discute el decrecimiento en el limitado contexto del cambio climático entendido como un problema técnico que puede ser resuelto mediante la reducción de emisiones de GEI. En tal contexto, el decrecimiento puede ser un instrumento (un conjunto de políticas públicas, patrones culturales, decisiones individuales o colectivas, o incluso un nuevo proyecto civilizatorio) que contribuya al combate contra el cambio climático. En este limitado contexto, hasta el Foro Económico Mundial se atreve a hablar de decrecimiento. Cuando las instituciones dominadas por los poderosos empiezan a hablar de decrecimiento, crecen los riesgos de que intenten implementar políticas ecofascistas.

Desde el escenario de crisis energética, esencialmente desde la comprensión del agotamiento de los yacimientos de petróleo convencional, del incremento de la extracción y uso de combustibles fósiles no convencionales y de la reducción acelerada de las tasas de retorno energético, se puede comprender que no sólo nos aguarda la amenaza del cambio climático, sino la amenaza próxima de un colapso civilizatorio por la imposibilidad de mantener el funcionamiento de un sistema complejo (la civilización moderna-capitalista) sin fuentes energéticas de alta densidad y bajo costo. En otras palabras: el decrecimiento no es una elección política o cultural, individual o colectiva. El decrecimiento será (ya está siendo) el resultado inevitable de una civilización insostenible que se extralimitó y destruyó los fundamentos materiales y energéticos de su existencia.

El segundo defecto es que se piensa en el decrecimiento desde el insultante hiperconsumo hedonista de las sociedades ricas de los países capitalistas centrales, asumiendo que toda la humanidad es culpable de la extralimitación y que, por lo tanto, debe generalizarse la reducción del consumo a nivel planetario. Se puede sintetizar esta pregunta en estos términos: ¿también deben decrecer los países y las poblaciones pobres?

El llamado “sur-global”, las periferias del sistema-mundo capitalista, y la mayor parte de los pobres del mundo (incluidos los pobres de los estados ricos), han sido víctimas de la expansión del sistema, de la explotación del trabajo humano y de la devastación de la naturaleza. Sus consumos per cápita son mucho menores que los consumos de las poblaciones ricas. Pero, la extralimitación es un problema global, civilizatorio. Si la civilización colapsa por falta de energía de alta densidad o si el sistema-Tierra evoluciona hacia unas condiciones que ya no permitirán la existencia para nuestra especie, no habrá un tribunal ante el cual argumentar que ello es injusto, aunque lo sea. Sería fantástico que hubiera alguna entidad capaz de ejercer una especie de “justicia divina”, que obligase a decrecer sólo a los culpables de la extralimitación. Pero no la hay. 

Los verdaderamente ricos y poderosos no sólo se negarán a decrecer: intentarán mantener el crecimiento a toda costa, incluso si eso supone una devastación total de las poblaciones pobres y de la biósfera, incluso si eso supone llevar el extractivismo a sus últimas consecuencias; o si supone que la economía capitalista se devore a sí misma, en lo que se ha descrito como un escenario de capitalismo catabólico. 

Además, debe reconocerse que la mayoría de la población pobre del mundo ha migrado a la periferia de las grandes ciudades y ahora vive en condiciones difícilmente sostenibles. Y que la gran mayoría de las naciones periféricas mantiene economías extractivistas (como parte de la función que les fue asignada durante la expansión colonial del capitalismo) y se encuentra en condiciones de insostenibilidad. El problema no es que “no deben crecer” sino que es físicamente imposible que crezcan sin incrementar los riesgos de colapso. La izquierda que aún apuesta por el crecimiento debería ser consciente de esta dura realidad.

El decrecimiento, de cualquier forma, ocurrirá (ya ha comenzado), y resistirse a ello simplemente reforzará que el fin del capitalismo se produzca en un escenario de colapso devastador. La pregunta es entonces si sería posible decrecer sin que ese decrecimiento adquiera la forma de colapso.

El decrecimiento no puede ser (ni debería intentar ser) un proyecto prescriptivo: nadie puede ni debe decir a nadie cuánto se debe decrecer. Por el contrario, todos los que podamos hacerlo, deberíamos involucrarnos en un proyecto de decrecimiento sostenible, ordenado, con el objetivo de que el mayor número posible de personas conscientes aprenda a reproducir su vida en condiciones de sostenibilidad. Y ello sólo puede ocurrir si el mayor número de personas aprende a reproducir su vida fuera del capitalismo. Esto implica construir (o retomar) ciertos valores y principios que permitan organizar la vida de otra forma, en otra escala y bajo supuestos distintos a los del intercambio y el cálculo utilitario. La humanidad tiene una larga experiencia en ello. 

Al aceptar el camino del decrecimiento, debe aceptarse que no será fácil ni sencillo. La fase terminal del capitalismo no lo hará fácil ni sencillo para nadie. En cambio, la posibilidad (que no es promesa ni certeza) que se abre en el camino del decrecimiento es que la calidad de vida que tendremos en un futuro inevitable de mayor pobreza material no dependerá tanto de la densidad de nuestras fuentes energéticas sino de la calidad de las relaciones colectivas de producción, reproducción y cuidado que seamos capaces de construir.

Juan Arellanes es geógrafo, urbanista y analista de seguridad internacional. Se dedica a la docencia, la investigación, el análisis geopolítico, la divulgación científica y la consultoría urbano-ambiental. Estudia la crisis civilizatoria desde una perspectiva geopolítica y energética. Es miembro del Grupo de Estudios Transdisciplinarios sobre Energía y Crisis Civilizatoria, a cuyos demás miembros agradece sus valiosos comentarios a este texto.

Referencias citadas:

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McAfee, A. (2019). More from Less: The Surprising Story of How We Learned to Prosper Using Fewer Resources–And What Happens Next. New York: Scribner Book Company.

Michaux, S. (2021). Assessment of the Extra Capacity Required of Alternative Energy Electrical Power Systems to Completely Replace Fossil Fuels. GTK Open File Work Report 42/2021. Geological Survey of Finland.

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Lecturas adicionales recomendadas

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Bardi, U. (2015, agosto 24). The Limits to Growth in the Soviet Union and in Russia: the story of a failure. Cassandra’s Legacy. Disponible en: https://cassandralegacy.blogspot.com/2015/08/the-limits-to-growth-in-soviet-union.html

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