Capítulo 4.12: Justicia Climática

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Justicia Climática

El concepto de la justicia climática se ha convertido en uno de los conceptos más contenciosos y a su vez relevantes en las primeras dos décadas del siglo XXI. Es innegable que hay cambios importantes en la temperatura global y que estos tienen efectos negativos para buena parte de la población del planeta: el deshielo de los polos, el aumento del nivel del mar, las sequías, incendios forestales, inundaciones y huracanes, se han convertido en problemas que impactan de forma diferenciada a la población. El progresivo aumento de la temperatura global implica a su vez un incremento en la migración forzada, produciendo nuevos refugiados climáticos, impactos en la producción de comida y la pérdida de especies, así como otros problemas localizados y diferenciados en distintas geografías.

Entender el cambio climático desde esta perspectiva suele poner el énfasis en la necesidad de combatir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)  – lo que suele denominarse como la mitigación– y en contrarrestar los efectos negativos que implican esas emisiones y adaptarse a esas nuevas condiciones climáticas  – lo que suele denominarse adaptación -. Así, no será una sorpresa reconocer que ambas acciones (mitigación y adaptación) están dialécticamente conectadas: Si existe un mayor grado de mitigación, el nivel de adaptación necesario será menor, y en cambio, un menor grado de mitigación, implicaría un mayor grado de adaptación, hasta un punto de quiebre donde la adaptación se vuelve imposible para el nivel de pérdida y daño provocado. Sin embargo, la situación se complica cuando tenemos que ajustar la mitigación y la adaptación con responsabilidades históricas diferenciadas, con las capacidades económicas y tecnológicas en  distintos países, así como con el tipo de emisiones que son ‘necesarias’ para la subsistencia y aquellas que se realizan en nombre de la acumulación, el lujo o el sobredesarrollo.

Lo anterior, en resumidas cuentas, tiene varias implicaciones. Por un lado, implica que no podemos analizar la situación actual del colapso del clima sin pensar en que éste es un fenómeno progresivo, que tomó varios años en lo que podríamos llamar una colonización de la atmósfera: a través del modelo de desarrollo que se ha instituido por la modernidad occidental y la industrialización que tiene sus orígenes en el siglo XIX, en la interacción entre el capitalismo Y el descubrimiento y uso de los combustibles fósiles (o el capitalismo fósil).1  Asimismo, implica que no todos los países, grupos o comunidades tienen la misma responsabilidad por haber creado el problema, y que de forma inversa, aquellos que son menos responsables serán los más afectados por los impactos negativos de la crisis. 

Por ejemplo, en México, el estado de Tabasco es uno de los estados con mayor producción de combustibles fósiles del país, por el cambio climático, no sólo perderá buena parte de su territorio por el aumento del nivel del mar, sino que también se inundará con mayor frecuencia, pero no todo el territorio se inunda igual: para no inundar la capital, Villahermosa, se construyó la compuerta El Macayo, que desvía el exceso de aguas hacia Nacajuca y Jalpa de Méndez, dos de los municipios más pobres y con mayor población indígena del estado. También es importante reconocer que el dato de los grados que se ha calentado el planeta es un promedio de las temperaturas globales, y esto quiere decir que si pensamos en 2°C como límite, habrá regiones que se habrán calentado por encima de esa temperatura y recibirán impactos todavía más graves. Sólo por mencionar un ejemplo, aunque decimos que la temperatura global ha aumentado 1.2°C, Rhode Island y 71 condados de los Estados Unidos ya han alcanzado la marca de los 2°C.

En este sentido, tenemos que reconocer que la crisis climática que hoy estamos experimentando es el resultado del desarrollo de una parte de la población a costa de otrxs. De esta forma, no podemos separar esta crisis de una larga historia asociada con el colonialismo, la expansión de las fronteras del capitalismo y con una visión que por años ha propiciado el desarrollo de un sistema violento y desigual que hoy se manifiesta y se acentúa con el colapso del clima.  Si consideramos lo anterior, cuando hablamos de justicia climática partimos de la idea de que la crisis climática se gesta, se manifiesta y se experimenta de forma diferenciada: La extracción y el uso de los elementos del medio que habitamos, genera beneficios para un grupo poblacional al mismo tiempo que genera daños a la salud y limita o cancela las posibilidades de futuro para otro grupo, mucho más amplio, que enfrenta retos importantes para modificar el estado de cosas que funciona con reglas favorables para (y muchas veces construidas por) el primero. 

El término justicia climática, suele reconocer que estas desigualdades históricas están presentes en el debate de cómo atender y pensar el cambio climático, principalmente en torno al proceso de las negociaciones internacionales del cambio climático dirigidos por la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC). Varios movimientos sociales – a veces dentro y a veces fuera de estas conferencias y procesos de negociación- han articulado este concepto para resaltar el hecho de que las negociaciones internacionales, desde sus inicios, han adoptado un marco teórico y político que suele descontar la responsabilidad histórica para hablar de ‘responsabilidades comunes pero diferenciadas’, apostando a una forma de ‘capitalismo verde’, ‘desarrollo sustentable’ o ‘crecimiento verde’ basado en la transferencia de tecnología y financiamiento como la solución al problema.

Bajo esta visión, el paradigma que reina es la suposición de que todo puede permanecer constante, con simplemente hacer algunas modificaciones, el modelo económico existente podrá adecuarse al ‘reto’ que supone el cambio climático. Aquí es cuando conceptos como el crecimiento verde y los supuestos de la economía neoclásica se vuelven problemáticos pero esenciales para comprender la imposibilidad de resolver esto por los medios propuestos por el Acuerdo de París y los procesos de negociación internacional. Para la ciencia de la economía, la idea de que hay bienes escasos pero necesidades ilimitadas está en el centro de la disciplina. De esta forma se asume que el crecimiento económico constante e ininterrumpido y la eficiencia en el consumo son la única forma de asegurar un desarrollo adecuado para la mayoría de la población.

Bajo este supuesto, el pastel (es decir la cantidad de recursos o la capacidad de carga de ecosistemas o incluso el ‘espacio disponible’ para las emisiones de GEI en la atmósfera) debe seguir creciendo y podrá hacerlo de forma ilimitada siempre y cuando sepamos cómo ser eficientes con el consumo. Lo anterior no sólo es imposible – necesitaríamos casi 4 planetas para que todo el mundo llevara un estilo de vida de un estadounidense promedio- sino que asume que siempre será posible, a través del desarrollo de tecnología y la existencia de reglas de mercado claras y adecuadas, que el pastel siga creciendo de forma ilimitada y que la humanidad será capaz de desacoplar el impacto material y las emisiones de ese crecimiento. 

Lo que suele quedar de lado – además de la abrumadora evidencia de que el desacoplamiento sólo puede ser relativo y no absoluto2– es que el pastel no puede seguir creciendo, sino que para asegurar una mejor forma de vida para la mayoría de las personas en el planeta, tendríamos que distribuir mucho mejor ese pastel ya existente. En la actualidad, después de más de 30 años de la conferencia de la tierra en Río de Janeiro en donde se estableció por primera vez la importancia de actuar ante el cambio climático, las emisiones se han incrementado en un 65%, en donde apenas 90 compañías son responsables de dos terceras partes de las emisiones de GEI, cuando apenas 6 de las grandes petroleras se estima podrían ser responsables de consumir el presupuesto restante para alcanzar los 2°C.3 El modelo de desarrollo que se ha impuesto como el único camino hacia adelante y que está liderado por el imperativo incuestionable del crecimiento económico, está repleto de distintas formas de violencia que por un lado exacerban las desigualdades ya existentes creando por el otro, nuevas desigualdades en tiempo y espacio. 

Han sido grupos de sociedad civil, movimientos sociales y particularmente aquellos que son dirigidos por comunidades y grupos indígenas quienes se han mantenido al margen de las negociaciones internacionales, quienes han argumentando que estas propuestas no sólo no han logrado resolver el problema, sino que han servido para sostener discursivamente y otorgar legitimidad a un modelo de desarrollo que es irónicamente el principal responsable de la crisis climática. Para estos grupos – y más recientemente para la academia- el concepto de justicia climática, va mucho más allá de las soluciones falsas, sino que debe estructurarse a partir de otros conceptos como la deuda climática, vinculando la lucha climática con otras luchas de más amplio calado como la lucha anti-capitalista, anti-colonial y anti-patriarcal.

Las formas de justicia climática

En la búsqueda de justicia hay que partir de la experiencia de que el estado actual de las cosas es inaceptable. Si asumimos que nuestra situación o las violencias que vivimos son normales, necesarias e inevitables, no tendría ningún sentido modificar nuestro presente. Partir desde esta perspectiva histórica implica que tenemos que ser capaces de discernir las desigualdades y vulnerabilidades que se exacerban por medio del avance de la crisis climática, así como aquellas que surgen por el avance de la misma. Lo anterior es clave, si consideramos que la crisis del clima también puede ser considerada como una oportunidad para fortalecer las desigualdades de poder que ya existen en el régimen económico y político hegemónico o dominante, así como crear nuevas posibilidades para la acumulación de capital. 

En la discusión académica la justicia climática suele traducirse en cuestiones distributivas – es decir, sobre cómo y entre quiénes se reparten los efectos positivos y negativos-, procesales – a través de un involucramiento en los procesos de toma de decisiones – y de reconocimiento – que incluye el reconocer la existencia de distintos grupos, historias, vulnerabilidades y derechos-. Lo anterior retoma las bases de una discusión que surgió a través de las denuncias de comunidades afroamericanas en Estados Unidos por la  justicia ambiental durante la década de los ochenta. Para la justicia climática, surgen otras dimensiones de la demanda de justicia, que incluyen la dimensión  intergeneracional – el hecho de que las personas futuras no tienen la capacidad de opinar sobre su futuro-, así como implicaciones epistémicas – sobre qué tipo de conocimiento es el que se utiliza para abordar el problema o su solución – y otras de tipo ontológicas – que reconocer el hecho de que la visión occidental, capitalista, moderna implícita en atender el problema, suele descontar otras formas de ser y existir en el mundo.

Una forma de comprender estas dimensiones puede surgir de una propuesta de solución climática como se establece en el artículo 6 del Acuerdo de París. Según el artículo el intercambio de emisiones entre diversas países y regiones sería posible a una escala global, lo anterior implica una violencia cognitiva al separar la naturaleza de lo humano, eliminado otras formas de entender y relacionarse con la naturaleza que no sean utilitarias bajo el pensamiento moderno e incluso, en aquellos procesos que implican la protección de la naturaleza al expulsar lo humano (pensemos en áreas naturales protegidas) suelen incurrir en formas de violencia ontológica para quienes tienen una relación distinta con la naturaleza. 

De esta forma no podemos simplemente asumir que la justicia puede ser garantizada a través de las instituciones y los conceptos que han sido desarrollados por el mismo marco teórico, político, económico y social que es responsable del colapso del clima. En otras palabras, pensar en términos de reconocimiento, participación y distribución puede a su vez perpetuar otras formas de injusticia a su paso, sino que además es sumamente relevante el reconocer estas dimensiones desde un marco anti-capitalista, anti-colonial y anti-patriarcal para evitar reproducir las desigualdades y desequilibrios de poder ya existentes, así como para evitar la construcción de nuevas formas de desigualdad.  

Una alternativa podría ser la de agregar una visión de justicia restitutiva, es decir, que por lo menos se reconozcan y reparen los daños y los agravios, tanto en términos materiales, como en términos simbólicos. Lo anterior es importante puesto que historiza y politiza el concepto de la justicia, es decir, nos obliga a entender el problema de cambio climático como un fenómeno que tomó varios siglos en gestarse, que está relacionado a una larga historia colonial que surge con la expansión de la modernidad capitalista desde el siglo XVI y que a su vez está enraizada en la interacción de ese modelo con la expansión colonial que se dio en el siglo XIX con el capitalismo fósil. Al mismo tiempo, nos deja ver que no todos los grupos, comunidades y personas tienen las mismas capacidades de decisiones, sino que tienen vulnerabilidades distintas que surgen y se perpetúan por esta larga historia de desigualdades. 

En este sentido, la propuesta restitutiva sería una forma de poner los conceptos de la deuda y la colonialidad en el centro, puesto que permiten comprender, por un lado las formas en las que la justicia climática debe lidiar con la temporalidad del fenómeno – es decir el pasado, presente y futuro del cambio climático, así como su espacialidad, – es decir, la forma en la que los impactos se distribuyen geográficamente a través del tiempo. Lo anterior, vale la pena aclarar, puede separarse por regiones geográficas, pero es tal vez más importante comprenderlo desde una posicionalidad no limitada a la geografía, sino a partir de una dinámica de clase, género y raza. Es decir, el sur Global debe entenderse como aquellas experiencias de quienes podrían denominarse como ‘las víctimas de la modernidad’: mujeres, personas no-blancas, grupos y comunidades indígenas, lxs pobres, desposeidxs o subalternxs, etc.

Justicia climática en la práctica

Parte esencial de esta discusión es comprender cómo es que la justicia climática opera en la actualidad y de qué forma se relaciona con la crisis civilizatoria. Por un lado, sabemos que los efectos de la crisis provienen en su mayoría de países que se han sobredesarrollo a costa de aquellos que se denominan como menos desarrollados o en ‘vías de desarrollo’. La pregunta es entonces si la justicia climática debe traducirse en ‘desarrollo’ (sustentable o no), o en crecimiento económico para alcanzar un ‘nivel’ adecuado de desarrollo. Lo anterior implicaría por un lado hacer una separación entre aquellas emisiones que son necesarias para la subsistencia y aquellas que podríamos considerar como un lujo. 

Visto desde este punto de vista, la responsabilidad del cambio climático está asociada al desarrollo histórico del capitalismo, el cual se ha beneficiado de la producción de desigualdades, la creación de zonas de sacrificio – las cuales también incluyen la producción de personas, comunidades y formas de trabajo que son baratas o sacrificables – y que a su vez ha permitido al capitalismo sentar las bases para el desarrollo de nuevas formas de acumulación para élites a nivel global, a través de soluciones tecnológicas, offsets u otras formas de acumulación o acaparamiento de bienes comunes.  

Las falsas soluciones que se han descrito en esta guía demuestran cómo es que el capitalismo ha promovido el desarrollo de una solución a sus propias contradicciones (los problemas de sobreacumulación de capital y la degradación del medio natural de producción) a través de una visión que busca extender las tecnologías, la acaparación de tierras y el desarrollo de nuevas fronteras de mercancía para mantener las acumulación de capital de forma ininterrumpida. Es decir, a través del desarrollo de tecnologías como la geoingeniería, discursos como el net-zero,  el avance de las energías renovables, los mercados de carbono y la entrega de financiamiento del norte al sur, el capitalismo ha logrado perpetuar sus formas de acumulación beneficiando incluso de la crisis climática, produciendo aún más desigualdad y formas de apartheids climáticos a nivel global.4 

Fiel a la enseñanza de no dejar que una buena crisis se desperdicie, el uso de estos instrumentos discursivos, tecnológicos, institucionales, políticos y económicos impulsan una nueva forma de colonialismo climático. Por ejemplo, el avance de la transición energética en el norte global implica una nueva carrera por explotar minerales críticos para la transición en el sur. Por ejemplo, el Banco Mundial estima incrementos en la demanda de minerales: del 488% para el litio, del 494% para grafito y de 460% para cobalto, debido a la creciente demanda de tecnologías de transición energética, vehículos eléctricos y baterías para almacenamiento de energía.5 Otras propuestas como el Green New Deal en los Estados Unidos o en otros países del norte, quienes buscan descarbonizar sus economías, suelen dejar de lado los impactos que estas tendrían para otros territorios a nivel global. En el sur, implicaría la producción de nuevas zonas de sacrificio, las cuales estarían articuladas a las demandas de minerales, trabajo barato y otras formas de explotación y degradación que serían necesarias para sostener a sociedades en otras regiones.6

Nuevas formas de acumulación de tierra y territorio. Tan sólo la compañía Shell ocuparía un territorio del tamaño de Honduras para ‘comenzar’ las emisiones asociadas a la extracción de hidrocarburos al 2030, mientras que los compromisos de Shell, Eni, BP y Total combinados implicaría un territorio aproximadamente del tamaño del Reino Unido.7 En caso de que los gobiernos y compañías privadas decidan invertir en geoingeniería, la opción de Bioenergía con Captura y Secuestro de Carbono (BECCS por sus siglas en inglés) implicaría una inversión de al menos la mitad de toda la energía que se generará el día de hoy, así como un territorio aproximadamente del tamaño de la India para limitar el incremento de la temperatura en 2°C.8

Por una propuesta transformativa de justicia climática

Los enfoques más transformadores de la justicia climática exigen que las respuestas efectivas a las injusticias climáticas aborden las raíces de la injusticia social en sistemas superpuestos e históricamente constituidos de extractivismo, colonialismo, patriarcado, militarismo y racismo. En otras palabras, si no hay una verdadera transformación ecosocial, basada en el cambio de las relaciones de poder existentes dirigidas por el capitalismo y el estado-nación, si continuamos impulsando las soluciones falsas que aparecen en esta guía, “corremos el riesgo de que las ‘soluciones’ afiancen aún más las desigualdades históricas y contemporáneas basadas en el género, la raza y la clase”.9

Como hemos descrito aquí, la justicia climática no necesariamente implica desarrollo, crecimiento económico o progreso, sino que surge y se articula con múltiples formas de vida que son particulares y por tanto, distintas en diferentes geografías. Lo que varios movimientos indígenas y campesinos por la defensa del territorio en el sur global han demostrado es que los universalismos del desarrollo y el progreso han sido cuestionados por una visión transformativa con múltiples alternativas que nos pueden guiar hasta un pluriverso. Bajo esta visión, no existe una visión correcta o adecuada de la ‘buena vida’, sino que las visiones presentan otros horizontes u otros mundos que van más allá del modelo de desarrollo y que buscan proponer algo que regresa, recupera o rescata otras formas de vida y de relacionarse, así como otro tipo de conocimientos.

Algunos en el Norte (que incluye las élites y otros grupos en el Sur global) han tomado una postura más agresiva en contra la infraestructura fósil10 reconociendo que por años el movimiento ambiental y climático se ha ajustado a las expectativas de que el capitalismo y el régimen hegemónico de los combustibles fósiles podrían solucionar este problema haciendo algunos ajustes al régimen existente. Estos grupos hoy llaman a eliminar la superioridad de la infraestructura sobre la vida en el planeta, a cuestionar la dinámica de clases que está inscrita en la crisis climática y a tomar acciones más radicales, más allá de los procesos de negociación internacional.11 Mientras que en el sur global (que también incluye a los movimiento indígenas en el norte) las sociedades en movimiento han demostrado que la posibilidad de una transformación no sólo no puede articularse a través del capitalismo, sino que debe surgir desde la lucha por la autonomía, la autodeterminación y la democracia radical, más allá del Estado-nación.12

Por lo tanto, la justicia climática implica, entre otras cosas, reconocer los muchos tipos de violencia que por mucho tiempo han permanecido ‘invisibles’, así como quiénes sufrirán las consecuencias de la crisis por razones estructurales, es decir, históricas, políticas, económicas y geográficas. La justicia climática necesita partir del reconocimiento de la situación actual y sus raíces; necesita ir más allá de la distribución, el reconocimiento y la participación. Implica establecer relaciones y marcos institucionales que debiliten el poder del régimen existente procurando que las soluciones a la crisis sean viables, diferenciadas y adecuadas, por lo que estas deben partir de la integración de un diálogo de saberes, en tipos de vida y conocimiento distintos. Por último, hay que decir que ni el capitalismo ni el Estado-nación son suficientes o adecuados para atender el colapso del clima o la crisis civilizatoria. Por lo que la justicia climática debe implicar ir más allá de estas instituciones, sus imaginarios y conceptos, es decir, la justicia climática debe surgir de la descolonización del imaginario, de la producción de sociedades solidarias, democráticas y basadas en el valor de uso. Lo anterior no sólo implica abandonar el crecimiento económico, sino dejar de asumir que la justicia climática implica más desarrollo, progreso o crecimiento.

Juan Manuel Orozco es egresado de Filosofía y Ciencias Sociales por el ITESO. Actualmente coordina el área de Política y Calidad de la democracia en Horizontes Creativos, una incubadora de experiencias de innovación social en Tabasco. politica@horizontescreativos.org 

Carlos Tornel es candidato a doctor en Geografía Humana en la Universidad de Durham, su investigación se enfoca en justicia climática y transformaciones energéticas más allá del capitalismo. carlos.a.tornel@durham.ac.uk 

Pablo Montaño es politólogo por el ITESO y maestro en medio ambiente y desarrollo sustentable por la Universidad del Colegio de Londres. Actualmente es coordinador de Conexiones Climáticas, organización dedicada a la comunicación de la crisis climática. montano.pablo@gmail.com 

Referencias

1 Ver: Malm, A. (2016) Fossil Capital: The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming. London: Verso.

2 Ver: Haberle, H., et al., (2020), A systematic review of the evidence on decoupling of GDP, resource use and GHG emissions, part II: synthesizing the insights. Environmental Research Letters, 15.; Hickel J. and G. Kallis, (2019), Is Green Growth Possible? New Political Economy; Parrique, T., J. Bath, F. Briens, J. Spanenberg, (2019), Decoupling Debunked. Evidence and arguments against green growth as a sole strategy for sustainability. A study edited by the European Environment Bureau. Brussels: EEB. 

3 Ver: Stoddard, L. et al. (2021) Three Decades of Climate Mitigation: Why Haven’t We Bent the Global Emissions Curve? Annual Review of Environment and Resources,Vol. 46: 653-689; Carbon Disclosure Project (2017) Carbon Majors Report. Disponible en: https://www.cdp.net/en/articles/media/new-report-shows-just-100-companies-are-source-of-over-70-of-emissions; Newell. P. (2022) Climate Justice. The Journal of Peasant Studies. pp: 1-8. 

4 Sultana, F. (2020) Critical Climate Justice. The Geographical Journal, 188: 118-124.

5 Banco Mundial (2020) The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition. Disponible en: https://pubdocs.worldbank.org/en/961711588875536384/Minerals-for-Climate-Action-The-Mineral-Intensity-of-the-Clean-Energy-Transition.pdf  

6 Zografos, C. & Robins, P. (2020). Green Sacrifice Zones, or Why a Green New Deal Cannot Ignore the Cost Shifts of Just Transitions. One Earth, 3: 543-546.

7 Oxfam. 2021. Tightening the Net: Net Zero Climate Targets – Implications for Land and Food Equity. Oxford: Oxfam. https://oxfamilibrary.openrepository.com/bitstream/handle/10546/621205/bp-net-zero-land-food-equity-030821-en.pdf

8 Hickel, J. (2021) Less y More: How degrowth will save the world. London: Random House. En Particular, ver el capítulo 3. 

9 Op Cit. Newell, P. (2022): 4.

10  Malm, A. (2021) How to Blow up a pipeline. Learning to fight in a world on fire. London: Verso.

11 Huber, M (2022) Climate Change as Class War Building Socialism on a Warming Planet. London: Verso. 

12 Sultana, F (2022) The unbearable heaviness of climate coloniality. Political Geography, https://doi.org/10.1016/j.polgeo.2022.102638 

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