Las más avanzadas tecnologías no han dado respuesta ante el colapso al que nos enfrentamos, por el contrario, han contribuido a él. El precio de las falsas soluciones, ha sido muy alto, tanto, que la propuesta final es abandonar este planeta. Setenta años de capitalismo devastaron aceleradamente nuestros estilos de vida, nuestros territorios. Treinta años de educación han diluido la diversidad cultural y lingüística de nuestras comunidades. La modernidad y el desarrollo se inventaron para negar lo que somos, en su nombre se ha justificado el exterminio de nuestras culturas y nuestros pueblos. El capitalismo, la modernidad, el desarrollo, los estados-nación son maneras dominantes de suprimir la diversidad, imponiendo una forma única de vivir, de ser y hacer en el mundo.
El llamado a la unidad es muchas veces un sitio vacío, en ocasiones se manifiesta ante el temor de mostrar las diferencias, otras veces se usa como demostración pública de fuerza social. La unidad busca integrar elementos dispersos. Más que la unidad, lo indispensable es tomar conciencia de lo común, de aquello que compartimos en la diversidad que somos. Así, lo común es una manera de nombrar nuestras diferentes formas de existencia, por eso constantemente hablamos de «los comunes», en plural. Lo común es diverso.
Se han hecho distintos esfuerzos por expresar a qué se refieren los comunes, pues podría interpretarse como lo que es común y corriente, pero no nos referimos a eso. Tampoco se refiere a lo que “tenemos” en común, apelando a un sentido de propiedad individual que se une con otras, en ese sentido, algunos lo han conectado también a los bienes comunes, pero esta expresión denota nuevamente la idea de propiedad y se relaciona incluso con aspectos económicos.
Lo común no es lo que tenemos sino lo que compartimos. Implica dejar de considerarnos individuos y asumirnos en relación con otros, implica abandonar, por tanto, la noción de propiedad. Los ámbitos de comunidad se gestan entre quienes buscan alternativas al extractivismo desarrollista, a la dominación patriarcal, a la marginación y al consumismo de la sociedad económica.
Vivir en lo común es ir más allá del yo, vivir desde el nosotros. Reconocer que somos las relaciones que hemos tejido, que existimos en relación. Nuestra existencia hoy es posible gracias a un tejido de relaciones. No hay existencia individual, como la filosofía de occidente nos hizo creer. En ese tejido podemos encontrar ámbitos comunes, es decir, de encuentro, ámbitos de comunidad que posibilitan la vida cotidiana. Los ámbitos comunes se gestan en espacios compartidos, en el sitio donde habitamos, una colonia, un barrio, una vecindad, pero va incluso más allá del espacio físico, la comunidad que creamos con quienes nos relacionamos.
Lo común en la práctica cotidiana
En Unitierra Oaxaca, por ejemplo, donde convivimos personas de distintos orígenes, se ha asumido el cariño como categoría política desde hace un par de años. Encontramos en el cariño la posibilidad de crear ámbitos de comunidad, por ello la amistad es uno de los aspectos clave. Retomamos la amistad política, de la que han hablado Iván Illich y Gustavo Esteva, la amistad como fuerza transformadora. Una relación de cariño que nos inspira a crear en conjunto.
La amistad impulsa nuestra acción social creativa. Nos juntamos para convivir, para reflexionar ante las problemáticas que enfrentamos. Nos involucramos en los movimientos locales en defensa del maíz nativo, en la lucha de mujeres ante las violencias, en el cuidado de nuestros territorios, en la regeneración de nuestras comunidades. En la amistad hemos impulsado espacios de sanación colectiva, espacios de escucha, de transformación del dolor, de creación a través de la palabra en la radio, en la poesía, en la narrativa.
La sociedad es resultado de los ámbitos que compartimos, por ello es importante reconocer cómo son las relaciones que estamos forjando, cómo son los vínculos que creamos, qué hay de por medio. En la sociedad convivial la diferencia no es motivo de conflicto, sino un punto de partida para la construcción de nuevos caminos, el impulso del consenso colectivo. Llegar ahí no es tarea fácil, pero sí posible, por eso nos cobijamos en el cariño, en el respeto colectivo.
Superar la individualidad y mantener presente nuestro sentido de relación con los demás, son elementos indispensables, o iniciales, para ir más allá del interés personal y del beneficio propio. Vivir en ámbitos de comunidad, implica asumir el bienestar común, sacrificando incluso nuestros propios intereses o comodidades. Si nos asumimos uno con la tierra y aquello que nos rodea, seremos capaces de sacrificar las prácticas normalizadas que han colapsado el planeta. El consumo excesivo justificado en supuestas necesidades, la generación diaria de basura a causa de los productos empaquetados que nos ofrece la industria alimentaria. El cambio frecuente de aparatos tecnológicos, la compra constante de joyería, ambos extraídos por medio de la minería extractiva. El uso del agua limpia para empujar nuestros desechos al drenaje. Las comodidades ofrecidas por la modernidad y las promesas del desarrollo, nos trajeron al lugar en el que hoy estamos, un colapso civilizatorio.
Ante el colapso no hay una alternativa, han surgido muchas. Cada vez son más quienes defienden o recuperan sus ámbitos comunes y generan sus propias alternativas de vida. Recuperar los ámbitos de comunidad quiere decir tomar en nuestras manos nuestra la capacidad propia de elegir cómo queremos vivir, sin esperar a que alguien más guíe nuestro deseo o nos imponga un estilo de vida.
En Huitzo, Oaxaca un grupo de mujeres decidió generar sus propias formas de habitar, comer y sanar, construyendo un espacio de aprendizaje mutuo, que da servicio a la comunidad desde hace más de nueve años. En distintos barrios y zonas conurbadas se está recuperando la organización asamblearia. En comunidades de Michoacán y Morelos renace el sistema de elección por usos y costumbres, al margen de la democracia representativa de los partidos políticos.
Nuestra propuesta consiste en recuperar los ámbitos de vida y de comunidad desde nuestra capacidad propia de acción, por ello recuperamos el valor de los verbos ante los sustantivos, mientras los sustantivos nos mantienen dependientes a los sistemas impuestos, los verbos nos permiten asumir nuestra capacidad autónoma. En lugar de alimentación, hablamos de comer, porque la alimentación nos hace dependientes de un sistema que sólo nos da opciones de consumo transgénico.
Ya no hablamos de salud, sino el sanar, porque no queremos hacernos dependientes de las farmacéuticas y del medicamento que controla el síntoma, pero no cura la enfermedad. Nuestras enfermedades no sólo son físicas, en el cuerpo se manifiestan los malestares que están en lo más profundo del espíritu, por ello nuestra sanación es integral. En lugar de educación hablamos de aprender, porque no queremos que el Estado nos imponga cuáles son los conocimientos aceptados y cuales son los saberes negados. Elegimos nuestras maneras de recuperar los saberes arraigados en nuestros territorios para aprender de ellos. No mencionamos la vivienda sino el habitar. Asumimos la capacidad de vivir en nuestros términos, de defender nuestra vida y nuestros territorios.
La comunalidad y la fiesta como formas de resistencia
Los comunes, mencionamos al inicio, son diferentes formas de existencia, que se manifiestan en ciudades, barrios, colonias, pero también se expresan en lugares distintos a los urbanos. Una de nuestras formas de existencia, que hoy más que nunca sigue viva, es la «comunalidad», término que nació en la sierra mixe y zapoteca de Oaxaca. Floriberto Díaz y Jaime Luna nombraron así a las prácticas de vida cotidiana y los estilos de vida comunitarios que se han mantenido a pesar del colonialismo y la modernidad. Comunalidad no es un concepto definido, sino la realidad concreta de distintos pueblos.
Floriberto Díaz identificó al menos cinco elementos que definen la comunalidad:
Cada comunidad vive de manera distinta estos elementos. Aún entre las comunidades zapotecas hay algunas variantes respecto a ellos, los zapoteco serranos, vallistas e istmeños vivimos la comunalidad de distintas maneras, sin embargo, compartimos estas formas de existencia. Reconocemos que vivimos en un territorio común, que no sólo se refiere al espacio geográfico, sino a lo que somos y hacemos en él. Vemos la tierra como dadora de vida, el origen de lo que existe. En la vida comunitaria aún tenemos presente que la tierra y lo que habita en ella no nos pertenece. Hay seres que cuidan el monte, por eso siempre es importante pedir permiso para entrar en él. Sabemos que los territorios son sagrados, porque en ellos vive la historia de nuestros abuelos. La tierra guarda historias vivas, milenarias, que hoy resuenan como respuesta ante la destrucción y la guerra. No hay permiso para destruir la tierra, por eso la defendemos. Defendemos nuestra historia, nuestra raíz, el origen de nuestro futuro.
Somos conscientes de que ese espacio es compartido, es común, por ello las decisiones no dependen de una persona, sino de la asamblea comunitaria. La asamblea no es un espacio democrático, donde la voluntad de la mayoría se impone a la minoría, sino un espacio de consensos y acuerdos comunes. Mucho antes de las teorías modernas sobre el consenso, nuestros pueblos y comunidades construían la voz colectiva en la asamblea comunitaria, en la diversidad de opiniones, de sentires, de perspectivas. La asamblea prioriza el interés común ante el interés individual.
El servicio gratuito o sistema de cargos, es muy distinto a la asignación de funcionarios en la sociedad occidental. Una de las diferencias principales es justamente la gratuidad y el pago. Los funcionarios elegidos por partidos políticos, buscan escalar en puestos asignados a esos mismos partidos, por ello frecuentemente se habla de carrera política. En cambio, en la comunalidad, los cargos asignados son gratuitos, son un servicio comunitario, en donde no hay carrera ni competencia, sino reciprocidad con la comunidad. La comunidad se sostiene por medio del cargo, a partir de él se gestiona la salud, la educación, la fiesta y sistema de gobierno propio. A través del servicio comunitario cuidamos lo común.
En nuestras comunidades no hay propiedad privada, sino colectiva, por ello los cargos comunitarios son una forma de retribuir a la comunidad por el derecho que tenemos de vivir ahí. El cargo inicial normalmente es de topil o guardia comunitario, en algunas comunidades son quince cargos, en otras veinte o veinticinco, hasta llegar a ser autoridad comunal. En ese sentido tenemos autoridad, pero sin poder, porque el poder está en la asamblea. El tequio es convivencia y trabajo comunitario, es un motivo para juntarnos, un espacio en donde coincidimos para mantener limpios los caminos, lo ríos, para sembrar o cosechar, para cuidar el territorio. Son espacios de convivencia, de recreación y aprendizajes.
Los rituales son prácticas ancestrales, nuestras abuelas, nuestros abuelos agradecieron siempre a la tierra. Festejamos la vida y la alegría. En muchas comunidades vamos a los lugares sagrados para realizar ceremonias, en Lachatao, por ejemplo, especialmente durante el equinoccio de primavera y el solsticio de verano la comunidad se reúne en el Cerro del Jaguar, sitio ancestralmente sagrado, desde donde se agradece y se ofrece perdón a la madre tierra. La fiesta es también un espacio de encuentro, de cooperación conjunta, de intercambio, por ello ahí se hace presente el don comunal. En #FuturosIndígenas decimos que la #FiestaEsResistencia. En nuestras celebraciones conservamos ritos, comidas, bailes, canciones, la herencia milenaria que subsiste en la sociedad actual. La alegría es una manera de existir y resistir.
Las alternativas de vida están en nosotros.
No hablamos de la nostalgia por un pasado que ya no está y tampoco nos enfocamos en la promesa de un futuro que nunca llega. Tenemos los pies plantados en el presente, sabemos que es ahora cuando debemos actuar. Miramos hacia el futuro con los oídos atentos a la experiencia del pasado.
Los avances tecnológicos no van a devolvernos el clima que tuvimos, no van a revertir tampoco el calentamiento global. Buscarán formas de suplantar la vida, si desaparecen las abejas han propuesto polinizar con drones. ¿Es esa la respuesta que buscamos? El calentamiento global, el colapso climático, son términos que se mantienen en lo abstracto, por eso frecuentemente dejamos de encontrar respuestas. Para no paralizarnos ante los problemas abstractos, globales, la única respuesta posible son las acciones concretas en los lugares que habitamos. Nuestra capacidad de acción está en los espacios comunes; los espacios compartidos con otras y otros, los tejidos que formamos, las respuestas individuales ya no son suficientes. De esta forma nace Altepelmecalli, la Casa de los Pueblos en Juan C. Bonilla, Puebla, que tomó las instalaciones de Bonafont y recuperó el agua que esta empresa había robado a los pueblos. Habitando en lo común, las comunidades serranas de Oaxaca defendieron el bosque de una fábrica de papel en los años 70’ y ahora gestionan sus maneras de conservación del bosque, de agua y de la vida misma en la comunidad.
Las alternativas se gestan más allá del desarrollo, en nuestra relación con la tierra. Más allá de la individualidad, tomando consciencia del tejido que somos. Más allá del capitalismo, en la autonomía y la suficiencia. Más allá de la democracia formal, en la organización asamblearia y colectiva. Más allá del conflicto, en la diversidad. Hoy más que nunca, vivimos tiempos en los que es indispensable cobijarnos en la vida y la esperanza. Mirar al pasado para revertir los desastres del presente y el futuro. Abandonar el ímpetu individual para tejer lazos de cariño y amistad política. Ser y hacer en lo común, desde lo cotidiano.
Wendy Juárez es zapoteca de la Sierra Norte de Oaxaca, radialista y creadora audiovisual, forma parte de Unitierra Oaxaca y de la red Futuros Indígenas. Este texto se escribió en colectivo, pues se encuentra en él la expresión de lo que se ha tejido en la amistad y el cariño, a través de mi abuela Constanza, quien mantuvo siempre nuestro ombligo cerca de la tierra, de la comunidad, quien quiso ser enterrada en el pueblo y en ese gesto nos regresó a él. Gustavo Esteva, quien me enseñó a vivir desde el cariño y la esperanza, con quien entendí que la vida tiene muchos sentidos y vale la pena ser vivida. Francisco García, con quien hemos compartido preguntas, respuestas, vivencias, tristezas, alegrías, fiesta y resistencia. Mariana Solórzano, mi hermana de corazón zapoteca, con quien aprendo que la amistad sana y la comunalidad se vive de muchas maneras. David Karminski por dar la primera lectura y enseñarme que los opuestos también se complementan.
Referecias:
Floriberto Diaz (2007) escrito: comunalidad, energía viva del pensamiento mixe. yuujktsënää yën – ayuujkwënmää ny – ayuujk mëk äjtën” Universidad Nacional Autonoma de Mexico, 2007. Compilado por Robles Hernández, Sofía y Cardoso Jimenez, Rafael. Disponible en: https://formacion.ilsb.org.mx/wp-content/uploads/2021/10/Floriberto-Diaz.-Escrito_-Comunalidad-ene-Sofia-Robles-Hernandez-y-Rafael-Cardoso-Ji_compressed.pdf
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